17/09/2018, 22:10
—Llegas tarde, maldita inútil —la voz de su padre desde su espalda la sobresaltó. Ayame conocía bien aquel tono de voz, firme y férreo como el mármol, capaz incluso de hacer temblar las piedras. Y ella no era una excepción.
«T... ¿Tarde?» Pensó, con un parpadeo confundido. Estaba completamente segura de haber puesto el despertador en la hora correcta, y se había asegurado de desayunar y vestirse lo más rápidamente que había sido capaz. Ni siquiera se había entretenido por el camino, había acudido directa al lugar como solía hacer. ¿Cómo era posible que llegara tarde? «Maldita sea, empezamos bien.»
El hombre rodeó el banco en el que estaba sentada y la sombra de su presencia se cernió sobre ella antes de sentarse junto a ella sin mirarla directamente.
—Me ha dado tiempo a irme a tomarme un café y volver —repuso, tan severo como el filo de un acero contra su cuello—. Ayer te dije que hoy empezaríamos una hora antes. ¿Qué cojones has estado haciendo? ¿Es que ahora no sabes ni llegar puntual a los sitios? No vales para nada.
Ayame se mordió el labio inferior, con cada palabra clavándose en su pecho como una nueva lanza emponzoñada. Sin embargo se tragó las lágrimas y se puso en pie frente a él.
—L... lo siento —repuso, clavando una rodilla en la tierra en una respetuosa reverencia. Aunque su mente seguía trabajando a toda velocidad: ¿De verdad se lo había dicho? ¿Cuándo había sido eso? ¿Tan cansada estaba el día anterior que no lo había escuchado?—. No volverá a ocurrir.
«T... ¿Tarde?» Pensó, con un parpadeo confundido. Estaba completamente segura de haber puesto el despertador en la hora correcta, y se había asegurado de desayunar y vestirse lo más rápidamente que había sido capaz. Ni siquiera se había entretenido por el camino, había acudido directa al lugar como solía hacer. ¿Cómo era posible que llegara tarde? «Maldita sea, empezamos bien.»
El hombre rodeó el banco en el que estaba sentada y la sombra de su presencia se cernió sobre ella antes de sentarse junto a ella sin mirarla directamente.
—Me ha dado tiempo a irme a tomarme un café y volver —repuso, tan severo como el filo de un acero contra su cuello—. Ayer te dije que hoy empezaríamos una hora antes. ¿Qué cojones has estado haciendo? ¿Es que ahora no sabes ni llegar puntual a los sitios? No vales para nada.
Ayame se mordió el labio inferior, con cada palabra clavándose en su pecho como una nueva lanza emponzoñada. Sin embargo se tragó las lágrimas y se puso en pie frente a él.
—L... lo siento —repuso, clavando una rodilla en la tierra en una respetuosa reverencia. Aunque su mente seguía trabajando a toda velocidad: ¿De verdad se lo había dicho? ¿Cuándo había sido eso? ¿Tan cansada estaba el día anterior que no lo había escuchado?—. No volverá a ocurrir.