18/09/2018, 01:33
Una respuesta fundada en el temor más absoluto. Cinco falanges emergiendo de sus dedos y proyectándose como un pequeño misil hacia el mismísimo abismo. Sus huesos voladores se arremolinaron entre la vegetación y acabaron partiendo, metros más tarde, la corteza de algún árbol poco afortunado.
Riko no lo sabía en ese momento. Pero al haber usado esa técnica, se había sentenciado.
Si él mismo no se detenía por el cansancio, lo haría porque dos ojos amarillos como los de una hiena brillaron en la oscuridad. Provenían de una figura igual de mastodóntica que, con cada paso, hacía mover las hojas cercanas. De ella provino nuevamente un gruñido más grotesco y salvaje.
Segundos después, el uzujin comprobó todo.
Era un perro. Un perro muy grande. De pelaje oscuro como la noche misma y de aspecto demacrado, cicatrices por todo el cuerpo y una de sus orejas cercenadas. Grandes colmillos le sobresalían de las fauces, que se vieron más imponentes en cuanto aulló.
Era un llamado a los miembros de su Tribu.
Súbitamente, tres menudas figuras aparecieron a los alrededores, rodeando a Riko. Dos hombres y una mujer de aspecto anacrónico y poco civilizado, usando prendas raidas, collares de hueso limpio y botines típicos que calzan los shinobi. Cabellos enmarañados, dientes afilados y, lo más importante de todo; marcas de colmillo tintadas de un color carbón vistiéndole las ojeras como una marca de guerra.
Todos ellos volvieron a gruñir, comunicándose, y dos canes más hicieron acto de aparición. Riko tendría la impresión de que, de alguna forma, estaban preparando un festín.
—¿Lo viste, Ikari?
—Huesos. Disparó huesos.
—La profecía de la Espiral Negra acabó siendo cierta. Hauru tendrá finalmente su Tótem.
El trío salvaje miró a Riko.
Riko no lo sabía en ese momento. Pero al haber usado esa técnica, se había sentenciado.
Si él mismo no se detenía por el cansancio, lo haría porque dos ojos amarillos como los de una hiena brillaron en la oscuridad. Provenían de una figura igual de mastodóntica que, con cada paso, hacía mover las hojas cercanas. De ella provino nuevamente un gruñido más grotesco y salvaje.
Segundos después, el uzujin comprobó todo.
Era un perro. Un perro muy grande. De pelaje oscuro como la noche misma y de aspecto demacrado, cicatrices por todo el cuerpo y una de sus orejas cercenadas. Grandes colmillos le sobresalían de las fauces, que se vieron más imponentes en cuanto aulló.
Era un llamado a los miembros de su Tribu.
Súbitamente, tres menudas figuras aparecieron a los alrededores, rodeando a Riko. Dos hombres y una mujer de aspecto anacrónico y poco civilizado, usando prendas raidas, collares de hueso limpio y botines típicos que calzan los shinobi. Cabellos enmarañados, dientes afilados y, lo más importante de todo; marcas de colmillo tintadas de un color carbón vistiéndole las ojeras como una marca de guerra.
Todos ellos volvieron a gruñir, comunicándose, y dos canes más hicieron acto de aparición. Riko tendría la impresión de que, de alguna forma, estaban preparando un festín.
—¿Lo viste, Ikari?
—Huesos. Disparó huesos.
—La profecía de la Espiral Negra acabó siendo cierta. Hauru tendrá finalmente su Tótem.
El trío salvaje miró a Riko.