18/09/2018, 17:20
(Última modificación: 18/09/2018, 17:20 por Aotsuki Ayame.)
Desgraciadamente, en la azotea no encontró nada relevante. Algunas colillas (Ayame no pudo evitar arrugar la nariz al verlas, aunque ya habían sido apagadas hace tiempo y estaban más que ahogadas por la lluvia) y el zapato roto de un niño.
—Será mejor que vuelva... —asumió, con un profundo suspiro, mientras se daba la vuelta para acercarse al borde de la terraza.
Le llamó la atención ver a su hermano y a Daruu corriendo y esquivando a la gente una manzana más allá. Por las prisas que llevaban parecían haber encontrado algo, por lo que Ayame no perdió más el tiempo, bajó de un salto y, tras aterrizar con cuidado en el suelo, echó a correr tras ellos tan rápido como les permitían las piernas. Afortunadamente, y aquello era una de las pocas cosas que de verdad se enorgullecía, ella era más veloz, por lo que no tardó demasiado en darles alcance. Para cuando llegó, una niña que había estado hablando con ambos se alejó llorando.
—¿Qué ha pasad...? —comenzó a preguntar, pero la sangre se le congeló en las venas cuando vio un pequeño cuerpo peludo en el fondo del callejón. El gato. El precioso Chartreaux plateado yacía allí de cualquier manera, con un feo tajo en el lomo—. ¡Ay, no...!
Ayame se acercó rápidamente y se agachó junto al animal para comprobar su estado, aunque algo dentro de ella le repetía que era inútil, que ya estaba muerto.
—Es el gato del señor Takahashi. No hay duda —confirmó Daruu—. Al final parece que sí que persiguió al asesino. No sabía que los gatos fueran capaces de tener tanto... espíritu vengativo.
—Si lo consideraba de la familia, yo sí que lo comprendo —replicó Kōri—. Aunque las venganzas suelen salir así.
Ayame suspiró, con profundo pesar.
—No encontré nada en la azotea —comunicó, con un hilo de voz, mientras acariciaba el pelaje del animal—. Pobre... —murmuró, con un doloroso nudo en la garganta. Desconocía los motivos que tenía el asesino para matar a un hombre y a su mascota, pero desde luego estaba decidida a hacérselo pagar con creces.
Se levantó y miró a su alrededor, estudiando el callejón. Si la pelea había acabado allí debería haber alguna nueva pista que les indicara en qué dirección había huido el asesino. Si no encontraba nada a simple vista, tendría que utilizar de nuevo su ecolocalización.
—Será mejor que vuelva... —asumió, con un profundo suspiro, mientras se daba la vuelta para acercarse al borde de la terraza.
Le llamó la atención ver a su hermano y a Daruu corriendo y esquivando a la gente una manzana más allá. Por las prisas que llevaban parecían haber encontrado algo, por lo que Ayame no perdió más el tiempo, bajó de un salto y, tras aterrizar con cuidado en el suelo, echó a correr tras ellos tan rápido como les permitían las piernas. Afortunadamente, y aquello era una de las pocas cosas que de verdad se enorgullecía, ella era más veloz, por lo que no tardó demasiado en darles alcance. Para cuando llegó, una niña que había estado hablando con ambos se alejó llorando.
—¿Qué ha pasad...? —comenzó a preguntar, pero la sangre se le congeló en las venas cuando vio un pequeño cuerpo peludo en el fondo del callejón. El gato. El precioso Chartreaux plateado yacía allí de cualquier manera, con un feo tajo en el lomo—. ¡Ay, no...!
Ayame se acercó rápidamente y se agachó junto al animal para comprobar su estado, aunque algo dentro de ella le repetía que era inútil, que ya estaba muerto.
—Es el gato del señor Takahashi. No hay duda —confirmó Daruu—. Al final parece que sí que persiguió al asesino. No sabía que los gatos fueran capaces de tener tanto... espíritu vengativo.
—Si lo consideraba de la familia, yo sí que lo comprendo —replicó Kōri—. Aunque las venganzas suelen salir así.
Ayame suspiró, con profundo pesar.
—No encontré nada en la azotea —comunicó, con un hilo de voz, mientras acariciaba el pelaje del animal—. Pobre... —murmuró, con un doloroso nudo en la garganta. Desconocía los motivos que tenía el asesino para matar a un hombre y a su mascota, pero desde luego estaba decidida a hacérselo pagar con creces.
Se levantó y miró a su alrededor, estudiando el callejón. Si la pelea había acabado allí debería haber alguna nueva pista que les indicara en qué dirección había huido el asesino. Si no encontraba nada a simple vista, tendría que utilizar de nuevo su ecolocalización.