19/09/2018, 01:17
El suspiro de decepción que exhaló su padre fue la señal para que Ayame levantara la cabeza de golpe.
—Mal —dijo, y ella sintió sus mejillas arder—. Te tenías que haber visto la cara. Sabes perfectamente que no habíamos quedado una hora antes, y sin embargo te has dejado llevar porque me temes.
«Mal empezamos...» Se repitió Ayame, hundiendo los hombros y mordiéndose el labio inferior. Y no encontró la manera de responderle, porque bien era cierto que tenía razón. Como siempre.
—Y si me temes a mí —continuó—, ¿cómo no vas a temer a los Uchiha? Si te crees mis mentiras, ¿cómo no te vas a creer las de los Uchiha?
El hombre se levantó y le dio la espalda. Echó a andar, sin mirarla siquiera, y aquello la alarmó. No la había mirado ni una sola vez desde que había aparecido, y Ayame sabía bien que su padre era de fijar la mirada en quien estaba hablando con él. Muchas veces, incluso demasiado. Quizás era un reflejo de su costumbre de meterse en cabezas ajenas aún cuando no lo estuviera haciendo... Y él no la había mirado ni una sola vez. Más bien al contrario, paseaba sus ojos de forma nerviosa entre la multitud.
¿Su padre? ¿Nervioso?
Allí había gato encerrado...
—A Amedama le sobran las agallas —estaba comentando, mientras Ayame le seguía a una cierta distancia prudencial, sin terminar de alejarse pero sin pegarse a él—. Y a ti te faltan. —Una ligera sonrisa curvó sus labios, y entonces...—. Quizás debieras juntarte más con ese muchacho... ¿cómo se llamaba? ¿Kondo? Ah, Kaido. Eso es. Kaido.
En otras circunstancias, Ayame se habría reído. Habría bromeado diciendo que acababa de averiguar de dónde le venía su problema para recordar nombres. Pero Ayame no se rio. Mas bien al contrario. Se detuvo en seco, mirándole con cierto recelo.
¿Eso había sido un chiste? ¿Su padre... haciendo una broma sin intenciones sardónicas?
—Me siento estúpida preguntando esto... —balbuceó, con la boca seca. En cierta manera era gracioso, quizás ahora se estaba pasando al otro extremo y estaba pecando de cautela pero...—. Pero... ¿De verdad eres mi padre?
—Mal —dijo, y ella sintió sus mejillas arder—. Te tenías que haber visto la cara. Sabes perfectamente que no habíamos quedado una hora antes, y sin embargo te has dejado llevar porque me temes.
«Mal empezamos...» Se repitió Ayame, hundiendo los hombros y mordiéndose el labio inferior. Y no encontró la manera de responderle, porque bien era cierto que tenía razón. Como siempre.
—Y si me temes a mí —continuó—, ¿cómo no vas a temer a los Uchiha? Si te crees mis mentiras, ¿cómo no te vas a creer las de los Uchiha?
El hombre se levantó y le dio la espalda. Echó a andar, sin mirarla siquiera, y aquello la alarmó. No la había mirado ni una sola vez desde que había aparecido, y Ayame sabía bien que su padre era de fijar la mirada en quien estaba hablando con él. Muchas veces, incluso demasiado. Quizás era un reflejo de su costumbre de meterse en cabezas ajenas aún cuando no lo estuviera haciendo... Y él no la había mirado ni una sola vez. Más bien al contrario, paseaba sus ojos de forma nerviosa entre la multitud.
¿Su padre? ¿Nervioso?
Allí había gato encerrado...
—A Amedama le sobran las agallas —estaba comentando, mientras Ayame le seguía a una cierta distancia prudencial, sin terminar de alejarse pero sin pegarse a él—. Y a ti te faltan. —Una ligera sonrisa curvó sus labios, y entonces...—. Quizás debieras juntarte más con ese muchacho... ¿cómo se llamaba? ¿Kondo? Ah, Kaido. Eso es. Kaido.
En otras circunstancias, Ayame se habría reído. Habría bromeado diciendo que acababa de averiguar de dónde le venía su problema para recordar nombres. Pero Ayame no se rio. Mas bien al contrario. Se detuvo en seco, mirándole con cierto recelo.
¿Eso había sido un chiste? ¿Su padre... haciendo una broma sin intenciones sardónicas?
—Me siento estúpida preguntando esto... —balbuceó, con la boca seca. En cierta manera era gracioso, quizás ahora se estaba pasando al otro extremo y estaba pecando de cautela pero...—. Pero... ¿De verdad eres mi padre?