19/09/2018, 14:26
El tercer cajón del escritorio no contenía información tan jugosa. Había fotografías, sí, todas ellas guardadas también en sobres para evitar que cualquier mota de polvo se colase en ellas. Fotografías del cerezo en flor. Fotografías del festival en honor a los Dioses en el Parque de los Cerezos. Fotografías de chicas, risueñas, posando para la cámara. Fotografías tomadas en Año Nuevo, donde se apreciaban decenas y decenas de velas flotantes en el firmamento nocturno envueltas en farolillos de distintos colores. De la playa, con el mar teñido de rojo por el ocaso. De las imponentes estatuas del Valle del Fin. Del Círculo de Rocas Ancestrales. Y de más y más paisajes preciosos.
Chokichi tenía la rara habilidad y destreza de realizar esas instantáneas en el momento y lugar idóneo. De capturar la esencia y magia de lo que había al otro lado de la cámara. De transmitir emociones. Sentimientos. Lástima que, aquellas, fuesen la excepción y no la norma.
En el mismo cajón, Akame halló alguna fotografía más de mayor interés. Encontró a Gouna, siendo coronada por Yakisoba en lo alto de un balcón frente a una plaza llena de uzujines que alzaba el puño al cielo y lanzaba vítores —Chokichi se lamentaría, desde aquel día hasta el fin de sus días, de no haber capturado el momento en que Gouna había asesinado a Zoku. Por desgracia, el susto que se llevó se lo había impedido—. La misma fotografía se repetía, con la misma toma y ángulo, pero en otro momento. En aquella ocasión, era Hanabi y el Señor Feudal quienes estaban en el balcón. La plaza estaba todavía más abarrotada, pero se apreciaba que el entusiasmo era menor. No había tantas manos alzadas al cielo. No había tanta gente aplaudiendo. No había tantos hombres y mujeres ahuecando las manos alrededor de la boca para lanzar vítores. Y entonces una tercera, donde los Hermanos del Desierto aparecían a cada lado del Daimyo. La mitad de los brazos habían bajado. Había caras de desconcierto. Rostros pegados a otros, murmurándose cosas. Casi podía decirse que solo la mitad aplaudía. Quizá incluso menos.
Y allí estaba, claro y evidente ahora ante sus nuevos ojos, el chakra color naranja oscuro que impregnaba a Chokichi. De hecho, ahora que se paraba a fijarse, casi que podía verlo sin necesidad del Sharingan. Era como ese camaleón camuflado, esa oruga en una hoja, que está frente a tus narices, pero que hasta que no te das cuenta de que está ahí, no lo ves.
Con Chokichi pasaba parecido. Diminutas gotas de agua recubrían todo su cuerpo y la propia cámara que sujetaba —y que apuntaba hacia una ventana de la mansión Sakamoto—, todas ellas de un color y tonalidad muy específico. Cuando estaba quieto, era prácticamente invisible. Cuando se movía ligeramente, se alcanzaba a vislumbrar algo, como una pequeña perturbación en el aire.
Y ahí estaba, de nuevo, su único punto débil. Lo que le había delatado. La luz del sol, reflejándose en la óptica de su cámara.
Chokichi tenía la rara habilidad y destreza de realizar esas instantáneas en el momento y lugar idóneo. De capturar la esencia y magia de lo que había al otro lado de la cámara. De transmitir emociones. Sentimientos. Lástima que, aquellas, fuesen la excepción y no la norma.
En el mismo cajón, Akame halló alguna fotografía más de mayor interés. Encontró a Gouna, siendo coronada por Yakisoba en lo alto de un balcón frente a una plaza llena de uzujines que alzaba el puño al cielo y lanzaba vítores —Chokichi se lamentaría, desde aquel día hasta el fin de sus días, de no haber capturado el momento en que Gouna había asesinado a Zoku. Por desgracia, el susto que se llevó se lo había impedido—. La misma fotografía se repetía, con la misma toma y ángulo, pero en otro momento. En aquella ocasión, era Hanabi y el Señor Feudal quienes estaban en el balcón. La plaza estaba todavía más abarrotada, pero se apreciaba que el entusiasmo era menor. No había tantas manos alzadas al cielo. No había tanta gente aplaudiendo. No había tantos hombres y mujeres ahuecando las manos alrededor de la boca para lanzar vítores. Y entonces una tercera, donde los Hermanos del Desierto aparecían a cada lado del Daimyo. La mitad de los brazos habían bajado. Había caras de desconcierto. Rostros pegados a otros, murmurándose cosas. Casi podía decirse que solo la mitad aplaudía. Quizá incluso menos.
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Y allí estaba, claro y evidente ahora ante sus nuevos ojos, el chakra color naranja oscuro que impregnaba a Chokichi. De hecho, ahora que se paraba a fijarse, casi que podía verlo sin necesidad del Sharingan. Era como ese camaleón camuflado, esa oruga en una hoja, que está frente a tus narices, pero que hasta que no te das cuenta de que está ahí, no lo ves.
Con Chokichi pasaba parecido. Diminutas gotas de agua recubrían todo su cuerpo y la propia cámara que sujetaba —y que apuntaba hacia una ventana de la mansión Sakamoto—, todas ellas de un color y tonalidad muy específico. Cuando estaba quieto, era prácticamente invisible. Cuando se movía ligeramente, se alcanzaba a vislumbrar algo, como una pequeña perturbación en el aire.
Y ahí estaba, de nuevo, su único punto débil. Lo que le había delatado. La luz del sol, reflejándose en la óptica de su cámara.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado