19/09/2018, 14:50
(Última modificación: 19/09/2018, 16:19 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Ansioso, el Uchiha descartó aquellas fotos. No le parecían importantes, y las sensaciones que le suscitaban se encontraban en un segundo plano frente a la mentalidad analítica que mantenía en ese momento. Tan sólo se detuvo a mirar la última foto, aquella que le presentaba la arrolladora realidad; el pueblo de Uzushiogakure no Sato nunca había estado con ellos. Nunca les había visto como algo más que a dos bombas atómicas de relojería.
Volvió a poner las fotos en su sitio, siempre con cuidado, como había estado haciendo, tomándolas con la tela de su camiseta para evitar dejar huellas.
Así, prosiguió a registrar los dos cajones restantes.
«Te tengo, maldito desgraciado.»
Akame tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad y legendaria calma para no saltar en ese preciso momento sobre Chokichi y reventarle el cráneo a puñetazos. Aquel tipo no sólo no se había contentado con agraviar a la familia Sakamoto una vez, con la revista de Datsue, sino que al parecer había desarrollado toda una rutina de espionaje. Ni siquiera el duelo de una familia que había perdido hacía menos de un año a dos de sus hijas era suficiente para disuadir a Chokichi de sus placeres privados.
El jōnin empezó a pensar, a urdir. Iba a destruir a Chokichi, sí, pero no físicamente; sino públicamente. Su imagen, su trabajo, su ciudadanía en Uzu. Todo quedaría reducido a cenizas... Y para eso debía ser paciente. Paciente y calculador, dos virtudes que —a falta de muchas otras— el joven Uchiha sí que tenía.
Así que esperó. Esperó a que el Hōzuki terminara de disfrutar de sus vistas, y de capturar las mismas pruebas que iban a suponer la sentencia sobre su nombre en aquel aparato electrónico.
Volvió a poner las fotos en su sitio, siempre con cuidado, como había estado haciendo, tomándolas con la tela de su camiseta para evitar dejar huellas.
Así, prosiguió a registrar los dos cajones restantes.
—
«Te tengo, maldito desgraciado.»
Akame tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad y legendaria calma para no saltar en ese preciso momento sobre Chokichi y reventarle el cráneo a puñetazos. Aquel tipo no sólo no se había contentado con agraviar a la familia Sakamoto una vez, con la revista de Datsue, sino que al parecer había desarrollado toda una rutina de espionaje. Ni siquiera el duelo de una familia que había perdido hacía menos de un año a dos de sus hijas era suficiente para disuadir a Chokichi de sus placeres privados.
El jōnin empezó a pensar, a urdir. Iba a destruir a Chokichi, sí, pero no físicamente; sino públicamente. Su imagen, su trabajo, su ciudadanía en Uzu. Todo quedaría reducido a cenizas... Y para eso debía ser paciente. Paciente y calculador, dos virtudes que —a falta de muchas otras— el joven Uchiha sí que tenía.
Así que esperó. Esperó a que el Hōzuki terminara de disfrutar de sus vistas, y de capturar las mismas pruebas que iban a suponer la sentencia sobre su nombre en aquel aparato electrónico.