19/09/2018, 16:18
(Última modificación: 19/09/2018, 16:19 por Uchiha Akame.)
Una lágrima solitaria cayó por el rostro del curtido ninja, precipitándose al vacío y terminando por estrellarse contra el suelo. Una pequeña gota, única prueba de que alguien, alguna vez, había irrumpido en esa casa.
Akame sostenía la foto de su promoción de la Academia de las Olas con manos temblorosas, sus ojos recorriendo una y otra vez los rostros de los compañeros con los que había compartido clase. Cuando vivían, en aquellos años, el Uchiha nunca se había molestado por socializar con la mayoría de ellos; enfrascado como estaba en su entrenamiento, demasiado orgulloso para admitir sus debilidades, no los había considerado relevantes. E incluso así, tantos momentos felices le venían a la mente al ver aquella instantánea, aunque en aquel tiempo no hubiera sido consciente de que lo eran. Se sentía como si hubiera dilapidado una gran fortuna, pues había sido feliz sin saberlo.
Ahora todos se habían ido, o eran apenas una sombra de aquel tiempo. Todos menos Chokichi y él.
Devolvió las fotografías a su lugar y registró los últimos cajones del escritorio.
Sigiloso y mortal, Akame esperó a que su presa se hubiese alejado lo suficiente como para no advertir que había vuelto a seguirle, para reanudar la marcha. Supuso que ahora volvería a casa para revelar el carrete y disfrutar obscenamente de los frutos de su trabajo. El Kage Bunshin que había dejado allí para registrar la vivienda todavía no se había disipado, cosa que podía suponer un problema.
«Venga, coño, ¿qué has encontrado rebuscando entre las vergüenzas de este hijoputa?»
Akame sostenía la foto de su promoción de la Academia de las Olas con manos temblorosas, sus ojos recorriendo una y otra vez los rostros de los compañeros con los que había compartido clase. Cuando vivían, en aquellos años, el Uchiha nunca se había molestado por socializar con la mayoría de ellos; enfrascado como estaba en su entrenamiento, demasiado orgulloso para admitir sus debilidades, no los había considerado relevantes. E incluso así, tantos momentos felices le venían a la mente al ver aquella instantánea, aunque en aquel tiempo no hubiera sido consciente de que lo eran. Se sentía como si hubiera dilapidado una gran fortuna, pues había sido feliz sin saberlo.
Ahora todos se habían ido, o eran apenas una sombra de aquel tiempo. Todos menos Chokichi y él.
Devolvió las fotografías a su lugar y registró los últimos cajones del escritorio.
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Sigiloso y mortal, Akame esperó a que su presa se hubiese alejado lo suficiente como para no advertir que había vuelto a seguirle, para reanudar la marcha. Supuso que ahora volvería a casa para revelar el carrete y disfrutar obscenamente de los frutos de su trabajo. El Kage Bunshin que había dejado allí para registrar la vivienda todavía no se había disipado, cosa que podía suponer un problema.
«Venga, coño, ¿qué has encontrado rebuscando entre las vergüenzas de este hijoputa?»