19/09/2018, 21:15
En lo que suele ser una convención ancestral queda aclarado que los rumores suelen ser exagerados, y que no hay que darles crédito; y allí, al frente y adelante, se levantaba hacia los cielos Tane-Shigai, demostrando que el dicho también era cierto en su extremo opuesto, ya que los relatos no hacían justicia a semejante magnificencia. La ciudad yacía parcialmente desnuda, con su vestido de hojas bermejas descansando en el suelo, con algunas rezagadas flotando en las frías corrientes de aire otoñal.
Pensó en que las gruesas ramas y las copas desabrigadas se extendían hacia el cielo del crepúsculo como si fueran manos esqueléticas, bellas y tenebrosas.
El grito de un sujeto que iba con prisa le hizo apartarse del camino principal, donde yacía una columna de carros que esperaban por la revisión de documentos y la constatación de intenciones. El decidió pasar por donde lo hacían todas las personas de a pie. Le detuvo un soldado enorme e intimidante, uno de entre los muchos que había allí. Le pregunto su oficio e intenciones con voz demandante. Se limitó a mirarle y respondió que era un ninja (alzando su cabello para mostrar la reluciente placa metalica) y que estaba en un viaje de recreación. El hombre retrocedió unos pasos y le miro con cautela; luego le permitió el paso deseándole paz y descanso.
Aquella actitud no le extraño, ya sabía (por anécdotas y relatos) que los ninjas eran tratados como guerreros de elite de los cuales había que tener cuidado, no molestarles y mantener las distancias. Aquella clase de respeto le resultaba de lo más cómodo y conveniente; después de todo ni se habían molestado en revisar sus pertenencias.
Mientras la luz del sol se extinguía, paseo por las bases de la ciudad, pues no se animaba aun a subir a alguna estructura. Le costaba concebir la forma de desplazarse en aquel sitio, aunque se le hacía obvio que la urbe se dividía en niveles y que los inferiores debían de ser los barrios bajos. Eso explicaba porque en algunos lugares que eran más oscuros que el resto había tanta suciedad.
Al final, guiado por las cientos de lámparas que comenzaban a encenderse, ascendió en un ascensor de poleas hasta un nivel al azar. Allí se acercó a un mirador y observo la ciudad, iluminada con el brillar dorado de las luces nocturnas. No había calles, solamente cientos de pasarelas y puentes colgantes. Las estructuras, yacían sujetas como insectos a las superficies de los árboles o bien estaban construidas dentro de los mismos. Era inmensa, laberíntica y con incontables plataformas, paseos y cornisas, hasta donde alcanzaba la vista. Todo en madera, el material con mayor disponibilidad y economía de uso.
Sintió hambre. Camino sin rumbo hasta que dio con lo que parecía ser una posada de aspecto acogedor. De ella emanaba el olor de algo delicioso cocinándose en el fuego del hogar. Había un poco de ruido, sí, pero era el típico conversar y reír de las paradas para viajeros. Se detuvo frente a la puerta y la empujo con fuerza.
Pensó en que las gruesas ramas y las copas desabrigadas se extendían hacia el cielo del crepúsculo como si fueran manos esqueléticas, bellas y tenebrosas.
El grito de un sujeto que iba con prisa le hizo apartarse del camino principal, donde yacía una columna de carros que esperaban por la revisión de documentos y la constatación de intenciones. El decidió pasar por donde lo hacían todas las personas de a pie. Le detuvo un soldado enorme e intimidante, uno de entre los muchos que había allí. Le pregunto su oficio e intenciones con voz demandante. Se limitó a mirarle y respondió que era un ninja (alzando su cabello para mostrar la reluciente placa metalica) y que estaba en un viaje de recreación. El hombre retrocedió unos pasos y le miro con cautela; luego le permitió el paso deseándole paz y descanso.
Aquella actitud no le extraño, ya sabía (por anécdotas y relatos) que los ninjas eran tratados como guerreros de elite de los cuales había que tener cuidado, no molestarles y mantener las distancias. Aquella clase de respeto le resultaba de lo más cómodo y conveniente; después de todo ni se habían molestado en revisar sus pertenencias.
Mientras la luz del sol se extinguía, paseo por las bases de la ciudad, pues no se animaba aun a subir a alguna estructura. Le costaba concebir la forma de desplazarse en aquel sitio, aunque se le hacía obvio que la urbe se dividía en niveles y que los inferiores debían de ser los barrios bajos. Eso explicaba porque en algunos lugares que eran más oscuros que el resto había tanta suciedad.
Al final, guiado por las cientos de lámparas que comenzaban a encenderse, ascendió en un ascensor de poleas hasta un nivel al azar. Allí se acercó a un mirador y observo la ciudad, iluminada con el brillar dorado de las luces nocturnas. No había calles, solamente cientos de pasarelas y puentes colgantes. Las estructuras, yacían sujetas como insectos a las superficies de los árboles o bien estaban construidas dentro de los mismos. Era inmensa, laberíntica y con incontables plataformas, paseos y cornisas, hasta donde alcanzaba la vista. Todo en madera, el material con mayor disponibilidad y economía de uso.
Sintió hambre. Camino sin rumbo hasta que dio con lo que parecía ser una posada de aspecto acogedor. De ella emanaba el olor de algo delicioso cocinándose en el fuego del hogar. Había un poco de ruido, sí, pero era el típico conversar y reír de las paradas para viajeros. Se detuvo frente a la puerta y la empujo con fuerza.
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