20/09/2018, 03:44
Umikiba Kaido tendría que convertirse en un renegado. Esa era, a sus ojos; y al de la mismísima líder de Amegakure, la única opción viable.
El gyojin contempló la idea y trató de hacerla suya. Era bastante obvio que su infiltración en una mafia no iba a gozar de ningún tipo de fundamento si, desde luego, continuaba siendo fiel a esa placa que ahora reposaba en su frente. Convirtiéndose él un exiliado, se abría la lata de la credibilidad y eliminaba de la ecuación cualquier posibilidad de duda más allá de las sospechas que de por sí ya tendría que enfrentar una vez comenzara a andar aquel tormentoso camino bajo el manto de su propio subterfugio. Uno que, según Hageshi, tenía que crearlo él mismo. Hacerlo a su imagen y semejanza. Que germinara de una simple idea, llana e ínfima, hasta convertirse en un verdadero propósito. Sólo entonces iba a ser creíble.
O al menos, lo suficiente para lograr entrar.
Kaido cerró los ojos por una milésima de segundo, que los habría sentido como si aquello durara toda una eternidad. Por aquella sutil y colorida introspección pasó su vida a rajatabla, desde sus primeros pasos en Minori hasta su llegada a Amegakure. La academia, su primera técnica aprendida, y cada fallo en el camino que le llevó a dominarla. La sensación de los grilletes reteniéndole mientras su reducto le sugestionaba para que se convirtiera en un adepto leal y perfecto a la par de que conocía el mundo y probaba, a cuentagotas, la deliciosa libertad del pensamiento.
La batalla del torneo de los Dojos frente a Akame, y su fútil derrota.
Daruu, y Hibagon. Quizás, su primera amistad real.
Ayame y su rescate. Un momento único de realización personal.
La muerte de Katame. Yarou. Keisuke. La sangre de incontables enemigos.
—Umikiba Kaido es una Bestia que se da cuenta de que no necesita servir a quienes ocupan un escaño inferior en la jodida cadena alimenticia. Que rompe los grilletes, reniega de los suyos y decide finalmente probar la libertad impía a la que Katame trató de invitarle, no sin antes matarle desalmadamente en el proceso. Que es capaz de matar a los miembros de su propio clan, o a un compañero de Aldea, todo por su beneficio personal.
»¿Qué busca, poder? ¿riquezas? ¿o algo más profundo como entender de dónde viene, de qué significa ser un animal en el cuerpo de un hombre? ¿debe un tiburón conformarse con nadar en una pequeña e ínfima pecera cuando hay todo un océano de posibilidades allí afuera?
Kaido sonrió. Era una sonrisa de disconformidad.
—No. Ese tipo de problemas existenciales no van a convencer a esta gente. Necesitamos algo más verídico. Más palpable. Necesito llevar conmigo algo que ellos quieran.
Entonces miró a Yui directamente a los ojos. ¿El qué?
El gyojin contempló la idea y trató de hacerla suya. Era bastante obvio que su infiltración en una mafia no iba a gozar de ningún tipo de fundamento si, desde luego, continuaba siendo fiel a esa placa que ahora reposaba en su frente. Convirtiéndose él un exiliado, se abría la lata de la credibilidad y eliminaba de la ecuación cualquier posibilidad de duda más allá de las sospechas que de por sí ya tendría que enfrentar una vez comenzara a andar aquel tormentoso camino bajo el manto de su propio subterfugio. Uno que, según Hageshi, tenía que crearlo él mismo. Hacerlo a su imagen y semejanza. Que germinara de una simple idea, llana e ínfima, hasta convertirse en un verdadero propósito. Sólo entonces iba a ser creíble.
O al menos, lo suficiente para lograr entrar.
Kaido cerró los ojos por una milésima de segundo, que los habría sentido como si aquello durara toda una eternidad. Por aquella sutil y colorida introspección pasó su vida a rajatabla, desde sus primeros pasos en Minori hasta su llegada a Amegakure. La academia, su primera técnica aprendida, y cada fallo en el camino que le llevó a dominarla. La sensación de los grilletes reteniéndole mientras su reducto le sugestionaba para que se convirtiera en un adepto leal y perfecto a la par de que conocía el mundo y probaba, a cuentagotas, la deliciosa libertad del pensamiento.
La batalla del torneo de los Dojos frente a Akame, y su fútil derrota.
Daruu, y Hibagon. Quizás, su primera amistad real.
Ayame y su rescate. Un momento único de realización personal.
La muerte de Katame. Yarou. Keisuke. La sangre de incontables enemigos.
Sus ojos color mar se abrieron, como el río que desemboca a un océano más grande.
—Umikiba Kaido es una Bestia que se da cuenta de que no necesita servir a quienes ocupan un escaño inferior en la jodida cadena alimenticia. Que rompe los grilletes, reniega de los suyos y decide finalmente probar la libertad impía a la que Katame trató de invitarle, no sin antes matarle desalmadamente en el proceso. Que es capaz de matar a los miembros de su propio clan, o a un compañero de Aldea, todo por su beneficio personal.
»¿Qué busca, poder? ¿riquezas? ¿o algo más profundo como entender de dónde viene, de qué significa ser un animal en el cuerpo de un hombre? ¿debe un tiburón conformarse con nadar en una pequeña e ínfima pecera cuando hay todo un océano de posibilidades allí afuera?
Kaido sonrió. Era una sonrisa de disconformidad.
—No. Ese tipo de problemas existenciales no van a convencer a esta gente. Necesitamos algo más verídico. Más palpable. Necesito llevar conmigo algo que ellos quieran.
Entonces miró a Yui directamente a los ojos. ¿El qué?