20/09/2015, 18:30
Como en un buen vals, el chico iba acompañado por una hermosa pareja, la muerte. Tras de él solo había quedado eso, muerte y destrucción. Ya no quedaba nada que lo agarrase a algún lado, ni familia, ni amigos, ni vecinos, ni enemigos... solo paz.
Sin embargo, su destino aún estaba lejos de cumplirse. Mucha gente aún estaba viva, ese pequeño gran desastre no había sido mas que un pequeño movimiento de peón en un gigantesco tablero de ajedrez. Pero por el momento la historia no estaba del todo trazada... ¿sería un momento de calma para darle fuerzas a continuar? Fuere eso u otra cosa, había de reflexionar un poco. El viaje era largo, y el día alberga horrores. Horrores demasiado hermosos para alguien que solo desea muerte al prójimo.
Tras haber dejado a Yoshimitsu atrás, el albino comenzó a caminar sin un rumbo fijo. Realmente no tenía ni idea de hacia donde dirigirse, todo lo que conocía había quedado en el olvido. Así pues, caminó y caminó por territorio desconocido. Al cabo de un día casi caminando, el chico terminó topándose con una especie de bosque en mitad de esas arenosas tierras.
«Curioso...»
Pensó el chico, cuando su estómago comenzó a rugir. Era obvio, llevaba bastante tiempo caminando y sin comer.
Cuando llegó a alzar la vista hacia aquella especie de bosque, llegó a ver un pequeño tejado tipo dojo. Lo que en un principio no le había llamado la atención, ahora sí que lo había hecho. Ese estilo de construcciones era la típica de Kusagakure. ¿Tendría ese sitio algo en común con su antigua aldea?
Sin pesarlo dos veces puso rumbo al sitio.
No tardaría demasiado en llegar a un sitio cuyas construcciones eran realmente parecidas a las de Kusa. Al llegar allí, por un momento sintió algo parecido a armonía, paz... quizás fue un pedo mental.
—Necesitaré algo de comer... a ver si encuentro algún sitio...— Se dijo a sí mismo.
Poco a poco se adentró en la urbe, y a escasos metros de la entrada se topó con una especie de puesto de comida. Tenía una hermosa terraza, con vista a esos bellos árboles y exteriores. Casi con ansias de tirar a la dependienta por un terraplén y servirse por sí mismo la comida, el chico se sentó en una de las mesas. Sus harapos no tardaron en llamar la atención, o quizás lo hizo mas su brazo. Al menos, supo contener la apariencia y los impulsos, sosteniendo en su rostro un fría sonrisa y un tétrico silencio.
Se mantendría ahí a la espera hasta ser atendido, cosa que realmente esperaba no tardase mucho...
Sin embargo, su destino aún estaba lejos de cumplirse. Mucha gente aún estaba viva, ese pequeño gran desastre no había sido mas que un pequeño movimiento de peón en un gigantesco tablero de ajedrez. Pero por el momento la historia no estaba del todo trazada... ¿sería un momento de calma para darle fuerzas a continuar? Fuere eso u otra cosa, había de reflexionar un poco. El viaje era largo, y el día alberga horrores. Horrores demasiado hermosos para alguien que solo desea muerte al prójimo.
Tras haber dejado a Yoshimitsu atrás, el albino comenzó a caminar sin un rumbo fijo. Realmente no tenía ni idea de hacia donde dirigirse, todo lo que conocía había quedado en el olvido. Así pues, caminó y caminó por territorio desconocido. Al cabo de un día casi caminando, el chico terminó topándose con una especie de bosque en mitad de esas arenosas tierras.
«Curioso...»
Pensó el chico, cuando su estómago comenzó a rugir. Era obvio, llevaba bastante tiempo caminando y sin comer.
Cuando llegó a alzar la vista hacia aquella especie de bosque, llegó a ver un pequeño tejado tipo dojo. Lo que en un principio no le había llamado la atención, ahora sí que lo había hecho. Ese estilo de construcciones era la típica de Kusagakure. ¿Tendría ese sitio algo en común con su antigua aldea?
Sin pesarlo dos veces puso rumbo al sitio.
No tardaría demasiado en llegar a un sitio cuyas construcciones eran realmente parecidas a las de Kusa. Al llegar allí, por un momento sintió algo parecido a armonía, paz... quizás fue un pedo mental.
—Necesitaré algo de comer... a ver si encuentro algún sitio...— Se dijo a sí mismo.
Poco a poco se adentró en la urbe, y a escasos metros de la entrada se topó con una especie de puesto de comida. Tenía una hermosa terraza, con vista a esos bellos árboles y exteriores. Casi con ansias de tirar a la dependienta por un terraplén y servirse por sí mismo la comida, el chico se sentó en una de las mesas. Sus harapos no tardaron en llamar la atención, o quizás lo hizo mas su brazo. Al menos, supo contener la apariencia y los impulsos, sosteniendo en su rostro un fría sonrisa y un tétrico silencio.
Se mantendría ahí a la espera hasta ser atendido, cosa que realmente esperaba no tardase mucho...