20/09/2018, 21:37
Daruu se echó la capucha de la chaqueta impermeable que vestía por encima de la cabeza, aunque eso no hizo demasiado por contener los temblores que sacudían su cuerpo.
—Kōri-sensei. Verá, he estado pensando que mientras Ayame entrena con su padre, nosotros podríamos... no sé. Hacer lo mismo —sugirió, con la mirada clavada en el suelo con con gesto avergonzado—. Siempre he admirado cómo... te tomas las cosas. Durante el viaje a Uzushiogakure, perdí los nervios cuando me secuestraron y me esposaron. Eso casi hace que nos maten a Ayame y a mí. No quiero volver a repetir ese error. Por favor, enséñeme —solicitó, haciendo una reverencia—. Enséñeme a tomarme las cosas con algo más de frialdad. Y a poder ser... hablemos de ello en un sitio más cómodo y caliente. Por favor.
En el rostro de Kōri no hubo ningún cambio apreciable. Ni halago ante los elogios del recién ascendido Chūnin, ni sorpresa ante la repentina propuesta, ni mucho menos enojo ante el recuerdo de que ambos, Daruu y Ayame, podrían haber acabado muertos en Uzushiogakure. El Hielo simplemente ladeó la cabeza, mirando a su alrededor, y entonces señaló un pequeño establecimiento que había cerca de allí: "Los dangos de Dana", rezaba el cartel de neón que había encima de la puerta, con tres adorables bolitas sonrientes y de colores diferentes ensartadas por un palo. Se dirigió hacia allí, esperando que Daruu le acompañara, y en la misma puerta apartó el paraguas de su cabeza e hizo una elegante floritura con su mano que desintegró el hielo prácticamente en el acto. Pese a su aspecto exterior, el interior del local contrastaba con su aspecto clásico y cuidado. Una barra de madera, tras la cual trabajaban dos personas, separaba el lugar; mientras que el resto del local estaba ocupado por mesas dispersas y sillas con cojines que alternaban los colores rojo, verde y blanco en cada una de ellas. Kōri se acercó a una de las mesas más retiradas, en una esquina del local, e invitó a Daruu a sentarse con él mientras tomaba una carta con gesto distraído.
—¿Qué es lo que quieres saber, Daruu-kun? —le cuestionó.
—Kōri-sensei. Verá, he estado pensando que mientras Ayame entrena con su padre, nosotros podríamos... no sé. Hacer lo mismo —sugirió, con la mirada clavada en el suelo con con gesto avergonzado—. Siempre he admirado cómo... te tomas las cosas. Durante el viaje a Uzushiogakure, perdí los nervios cuando me secuestraron y me esposaron. Eso casi hace que nos maten a Ayame y a mí. No quiero volver a repetir ese error. Por favor, enséñeme —solicitó, haciendo una reverencia—. Enséñeme a tomarme las cosas con algo más de frialdad. Y a poder ser... hablemos de ello en un sitio más cómodo y caliente. Por favor.
En el rostro de Kōri no hubo ningún cambio apreciable. Ni halago ante los elogios del recién ascendido Chūnin, ni sorpresa ante la repentina propuesta, ni mucho menos enojo ante el recuerdo de que ambos, Daruu y Ayame, podrían haber acabado muertos en Uzushiogakure. El Hielo simplemente ladeó la cabeza, mirando a su alrededor, y entonces señaló un pequeño establecimiento que había cerca de allí: "Los dangos de Dana", rezaba el cartel de neón que había encima de la puerta, con tres adorables bolitas sonrientes y de colores diferentes ensartadas por un palo. Se dirigió hacia allí, esperando que Daruu le acompañara, y en la misma puerta apartó el paraguas de su cabeza e hizo una elegante floritura con su mano que desintegró el hielo prácticamente en el acto. Pese a su aspecto exterior, el interior del local contrastaba con su aspecto clásico y cuidado. Una barra de madera, tras la cual trabajaban dos personas, separaba el lugar; mientras que el resto del local estaba ocupado por mesas dispersas y sillas con cojines que alternaban los colores rojo, verde y blanco en cada una de ellas. Kōri se acercó a una de las mesas más retiradas, en una esquina del local, e invitó a Daruu a sentarse con él mientras tomaba una carta con gesto distraído.
—¿Qué es lo que quieres saber, Daruu-kun? —le cuestionó.