21/09/2018, 00:08
Mes de Augurio del año 218
El final del otoño se encontraba cerca, y las laberínticas paredes de niebla deambulaban por toda la extensión del Paraje sin Sol. Parecía como si las nubes, espesas y oscuras hubiesen sufrido de una fatiga extrema, decidiendo bajar a descansar hasta que llegase el invierno.
Y aun así, Kazuma se encontraba vagando por aquellas tierras, dando todo de si al tratar de seguir un camino recto. Su maestro le había pedido que echara un vistazo en Hanamura, quizás para informarle sobre la situación del pequeño pueblo. Ahora que era un genin, confiaba en él lo suficiente como para pedirle alguna labor que involucrase abandonar la seguridad de la aldea.
Sin embargo, su propósito se veía impedido por las interminables barreras de una bruma, blanca, fría, misteriosa. Trataba de seguir el camino principal, pero apenas podía ver a unos cuantos metros por delante de sí. Ni siquiera había un tenue rayo de sol o brillo lejano que pudiese guiarle, ni siquiera los ruidos de la llanura, solo un silencio irrompible. Ahora recordaba que cuando chico la gente procuraba no viajar cuando el fenómeno de la neblina estaba en su apogeo. Durante años creyó que podría tratarse solo de la superstición, de la ignorancia; ahora comprendía que era un simple y poderoso sentido común. Yacía bastante desorientado, sin saber con certeza que rumbo estaba siguiendo o donde estaba: la niebla era tan vasta, que bien podría cruzar la frontera sin darse cuenta; y era tan caótica que formaba aleatorios pasajes despejados. Estos, le llevaban hacia ninguna parte, cuando no hacían que caminara en círculos.
—Esto no esta bien, necesito conseguir refugio antes de que anochezca.
Una hora después, justo cuando la armadura de su aplomo comenzaba a herrumbrase, escucho un suave tintineo que parecía cercano, cada vez más cercano. No tardó mucho en localizar su origen, ayudado por la luz rosada de una farola de cristal que brillaban intensamente a través de la bruma; era un hombre bajo y regordete, sentado en un alto pescante y que dirigía un enorme carromato tirado por asnos.
—Valla, valla, miren que tenemos aquí: un chico extraviado en la niebla. —Su tono era afable, y su gesto un tanto curioso.
—Buenas. No soy de por aquí, y…
El carretero le interrumpió:
—“...y estoy perdido, y nesecito ayuda”, ¿no? —No parecía para nada sorprendido—. Esa es la historia de siempre. Tranquilo, sube al carro y te dejo en el próximo pueblo.
Mientras el vehículo reemprendía el movimiento, Kazuma le abordo por atras. Allí se encontró con un variopinto grupo de personas que parecían haber estado en la misma situación que él.
¿Aquel sujeto estaba recogiendo a los perdidos del camino? Afortunadamente, sí. ¿Le llevaría a donde necesitaba llegar? No lo sabía. ¿Se encontrarían con otros errantes como él? Aquella, era una certeza para el conductor.