21/09/2018, 13:44
Él sonrió en respuesta, y cuando sus manos se entrelazaron en una secuencia de sellos que Ayame no llegó a descifrar, la kunoichi se preparó para un posible ataque.
—Muy bien. Espero que sepas decirlo con el mismo orgullo cuando las cosas no salgan como tú quieres. A pesar de recibir duros golpes. En medio de la Tormenta. Eso es una kunoichi de Amegakure. Contra toda la adversidad.
Zetsuo se llevó las manos a los labios y de estos brotó súbitamente una técnica acuática en forma de bala de cañón que Ayame conocía muy bien: Suiton: Teppōdama. La muchacha se preparó para moverse hacia un lado y esquivarla, pero entonces se dio cuenta de una cosa. Sus piernas no le respondían. Como plan de repuesto intentó lanzar ella misma una técnica pero comprobó horrorizada que sus brazos tampoco le respondían. Ya sólo le quedaba una opción.
Fue como si la hubiesen golpeado con un martillo gigante. Todo su cuerpo tembló con violencia y ni siquiera pudo tambalearse, clavada al suelo como estaba por cadenas invisibles. Ni siquiera había conseguido licuar su cuerpo a tiempo de menguar los daños... ¿Pero por qué?
—¿Quién eres? ¿Qué eres?
La voz de su padre inundó sus oídos y la hizo temblar. Empapada como estaba y la mirada hundida en el suelo, Ayame tuvo que respirar hondo varias veces antes de responder.
—Aotsuki... Ayame... —murmuró, sobreponiéndose como bien podía al dolor que atenazaba todos y cada uno de sus huesos—. Soy... Hōzuki... Soy de Amegakure; y... y...
—Muy bien. Espero que sepas decirlo con el mismo orgullo cuando las cosas no salgan como tú quieres. A pesar de recibir duros golpes. En medio de la Tormenta. Eso es una kunoichi de Amegakure. Contra toda la adversidad.
Zetsuo se llevó las manos a los labios y de estos brotó súbitamente una técnica acuática en forma de bala de cañón que Ayame conocía muy bien: Suiton: Teppōdama. La muchacha se preparó para moverse hacia un lado y esquivarla, pero entonces se dio cuenta de una cosa. Sus piernas no le respondían. Como plan de repuesto intentó lanzar ella misma una técnica pero comprobó horrorizada que sus brazos tampoco le respondían. Ya sólo le quedaba una opción.
¡BAM!
Fue como si la hubiesen golpeado con un martillo gigante. Todo su cuerpo tembló con violencia y ni siquiera pudo tambalearse, clavada al suelo como estaba por cadenas invisibles. Ni siquiera había conseguido licuar su cuerpo a tiempo de menguar los daños... ¿Pero por qué?
—¿Quién eres? ¿Qué eres?
La voz de su padre inundó sus oídos y la hizo temblar. Empapada como estaba y la mirada hundida en el suelo, Ayame tuvo que respirar hondo varias veces antes de responder.
—Aotsuki... Ayame... —murmuró, sobreponiéndose como bien podía al dolor que atenazaba todos y cada uno de sus huesos—. Soy... Hōzuki... Soy de Amegakure; y... y...