21/09/2018, 15:08
—...y estás empezando a desmoronarte ante la primera adversidad —la interrumpió su padre.
Ella, temblando, alzó la mirada hacia él y vio sus ojos, peligrosos, entrecerrados. Ayame estaba esperando un nuevo golpe, una nueva bala de cañón para minarla aún más. Quizás una técnica más potente. Pero nunca llegó. En su lugar, el hombre avanzó hacia ella y extendió una mano, con la palma apuntando hacia el cielo.
—¡Responde! Contra cualquier adversidad, ¡responde! —bramó, y juntó las yemas de los dedos índice, corazón y pulgar—. ¡En medio de la puta tormenta, tú te entregas por completo a ella con los brazos abiertos y... ¡¡RESPONDES!!
Chasqueó los dedos, y un rayo cayó del cielo tras su espalda, golpeando la superficie del agua con un estruendo que hizo que Ayame se encogiera sobre sí misma con un gemido. Pero la luz purpúrea acuchilló sus retinas sin piedad, cegándola.
—Miras a la tormenta a los ojos —No le podía ver, pero escuchaba el bramido de su padre cerca de ella, su voz acompañando a los mismos truenos—, y te conviertes en la tormenta, porque le da nombre a tu país y tú eres... ¡¡RESPONDE!!
Otro chasquido. Otro rayo perforó sus ojos. Otro trueno la hizo retorcerse de puro terror. Ayame nunca había tenido ningún problema con la lluvia, por fuerte que fuera la precipitación, pues el agua formaba parte de ella. Pero los rayos eran otra cosa. Ellos eran electricidad. Esa electricidad que tanto daño podía hacerle. Temblaba con violencia, las lágrimas le inundaban los ojos, el corazón le galopaba en el pecho, cualquier clase de excitación había desaparecido eclipsada por el miedo... pero Ayame siguió luchando contra sí misma.
—¡Aotsuki Ayame! —gritó, desgañitándose—. ¡Soy El Agua! ¡Kunoichi de Amegakure! ¡Jinchuuriki del Gobi!
Ella, temblando, alzó la mirada hacia él y vio sus ojos, peligrosos, entrecerrados. Ayame estaba esperando un nuevo golpe, una nueva bala de cañón para minarla aún más. Quizás una técnica más potente. Pero nunca llegó. En su lugar, el hombre avanzó hacia ella y extendió una mano, con la palma apuntando hacia el cielo.
—¡Responde! Contra cualquier adversidad, ¡responde! —bramó, y juntó las yemas de los dedos índice, corazón y pulgar—. ¡En medio de la puta tormenta, tú te entregas por completo a ella con los brazos abiertos y... ¡¡RESPONDES!!
Chasqueó los dedos, y un rayo cayó del cielo tras su espalda, golpeando la superficie del agua con un estruendo que hizo que Ayame se encogiera sobre sí misma con un gemido. Pero la luz purpúrea acuchilló sus retinas sin piedad, cegándola.
—Miras a la tormenta a los ojos —No le podía ver, pero escuchaba el bramido de su padre cerca de ella, su voz acompañando a los mismos truenos—, y te conviertes en la tormenta, porque le da nombre a tu país y tú eres... ¡¡RESPONDE!!
Otro chasquido. Otro rayo perforó sus ojos. Otro trueno la hizo retorcerse de puro terror. Ayame nunca había tenido ningún problema con la lluvia, por fuerte que fuera la precipitación, pues el agua formaba parte de ella. Pero los rayos eran otra cosa. Ellos eran electricidad. Esa electricidad que tanto daño podía hacerle. Temblaba con violencia, las lágrimas le inundaban los ojos, el corazón le galopaba en el pecho, cualquier clase de excitación había desaparecido eclipsada por el miedo... pero Ayame siguió luchando contra sí misma.
—¡Aotsuki Ayame! —gritó, desgañitándose—. ¡Soy El Agua! ¡Kunoichi de Amegakure! ¡Jinchuuriki del Gobi!