21/09/2018, 16:48
Pero cuando el Hōzuki retrocedió un paso, chocó contra algo. Algo que estaba a su espalda; o mejor dicho, alguien. Porque si se giraba, vería que Akame estaba ahora justo detrás de él, con su mano derecha apoyada suavemente en la espalda del chuunin. Y el abismo del que tanto quería alejarse se encontraba apenas a un paso de sus pies.
—No.
Y con un severo empujón, Akame lanzó a su subordinado a aquella sima profunda y oscura.
Cuando Chokichi abrió los ojos, se encontró a sí mismo de pie, en el centro de una de las bellas plazas de Uzushiogakure. El aire fresco del mar le revolvió los cabellos pelirrojos, el olor a comida recién hecha invadió su nariz y varios pétalos rosados cayeron sobre sus hombros. Estaba de vuelta en casa, y todo parecía incluso más bello de lo que lo recordaba.
—¡Chokichi-kuuuuun!
Aquella voz angelical e inconfundible sonaría como la bendición de las Siete Fortunas para los oídos del joven chuunin. Si se volteaba, vería la espléndida y bellísima figura de Sakamoto Noemi acercándose a él a la carrera. Vestía como solía, y su melena rubia ondeaba al sol matinal como una cascada de miel y ambrosía.
—Chokichi-kun, te he echado tanto de menos... ¿Dónde te habías metido? —preguntó la muchacha, para luego lanzarse directamente hacia sus brazos y plantarle un beso en la mejilla—. Pensaba que te habías perdido. Estaba muy preocupada...
»Todos estábamos muy preocupados por ti.
Y es que, si se fijaba a su alrededor, Chokichi vería que en aquella plaza se había congregado, en torno a él, una gran multitud. No le costaría reconocer los rostros familiares, además del de Noemi; Furukawa Eri, Senju Nabi, Senju Riko, algunos profesores de la Academia, la Uzukage Shiona, Yakisoba —siempre tan bonachón— e incluso Sarutobi Hanabi. Todos le hablaban con gran dulzura, le alababan y se congratulaban por verle de vuelta, como si se tratase de un hijo que acababa de regresar de un interminable viaje.
En un momento dado, alguien destapó un barril de cerveza y todos empezaron a rellenar jarras. Noemi, amablemente, cogió una para ella y otra para Chokichi, y se la ofreció al Hōzuki. Luego, Shiona les ofreció una bandeja repleta de delicias de pastelería. Alguien entre la multitud empezó a cantar una alegre cancioncilla, y otros tantos le siguieron.
—¿Sabes lo que me encantaría hacer ahora, Chokichi-san? —le susurró Noemi al oído, con una risilla pícara.
De repente, todo se detuvo. La música, el baile, la multitud. Todo. Hasta las bebidas parecían estar congeladas dentro de las jarras, y la comida parecía haber perdido todo sabor.
—DespedazarRTE MuY LenTAMenTE.
Entonces lo escuchó otra vez. En todas partes y en ninguna. En su propia cabeza.
Empezó a notar calor. Mucho calor. Cuando quiso darse cuenta, Noemi estaba en llamas, todavía abrazada a él y con aquella mueca retorcida en el rostro. Como una antorcha humana, la chica emitió un chillido de pura agonía mientras Chokichi veía cómo la piel se le caía a tiras del rostro, dejando ver músculo y hueso debajo.
De repente, notó que algo le golpeaba en la espalda. Fue un impacto seco, brutal, que le tiró de boca contra el suelo. Mientras el mundo daba vueltas a su alrededor, la plaza había comenzado a arder. No quedaba rastro de la música ni las alegres canciones, ni de la bebida ni la comida. A su alrededor, todas aquellas personas a las que alguna vez él había querido o respetado cerraban un círculo fatídico. Decenas de gargantas coreando una sola frase.
Sintió otro impacto en las costillas. Alguien acababa de darle una tremenda patada. Antes de que pudiera levantarse, notó el inconfundible crujido de su espalda al romperse bajo la presión de una horca de campesino que otra persona le había clavado sin piedad. Pronto todas aquellas figuras oscuras pero familiares se abalanzaron sobre él, propinándole una auténtica marea de golpes, cuchilladas, desgarrones, patadas, palazos...
Un linchamiento inhumano, y aquella risa tan estridente, imponiéndose sobre el caos de gritos, lamentos de pura agonía y rugidos de ira que le atenazaba los oídos.
—No.
Y con un severo empujón, Akame lanzó a su subordinado a aquella sima profunda y oscura.
«JIAAAAAAAAAJIAJIAJIAJIA...»
Cuando Chokichi abrió los ojos, se encontró a sí mismo de pie, en el centro de una de las bellas plazas de Uzushiogakure. El aire fresco del mar le revolvió los cabellos pelirrojos, el olor a comida recién hecha invadió su nariz y varios pétalos rosados cayeron sobre sus hombros. Estaba de vuelta en casa, y todo parecía incluso más bello de lo que lo recordaba.
—¡Chokichi-kuuuuun!
Aquella voz angelical e inconfundible sonaría como la bendición de las Siete Fortunas para los oídos del joven chuunin. Si se volteaba, vería la espléndida y bellísima figura de Sakamoto Noemi acercándose a él a la carrera. Vestía como solía, y su melena rubia ondeaba al sol matinal como una cascada de miel y ambrosía.
—Chokichi-kun, te he echado tanto de menos... ¿Dónde te habías metido? —preguntó la muchacha, para luego lanzarse directamente hacia sus brazos y plantarle un beso en la mejilla—. Pensaba que te habías perdido. Estaba muy preocupada...
»Todos estábamos muy preocupados por ti.
Y es que, si se fijaba a su alrededor, Chokichi vería que en aquella plaza se había congregado, en torno a él, una gran multitud. No le costaría reconocer los rostros familiares, además del de Noemi; Furukawa Eri, Senju Nabi, Senju Riko, algunos profesores de la Academia, la Uzukage Shiona, Yakisoba —siempre tan bonachón— e incluso Sarutobi Hanabi. Todos le hablaban con gran dulzura, le alababan y se congratulaban por verle de vuelta, como si se tratase de un hijo que acababa de regresar de un interminable viaje.
En un momento dado, alguien destapó un barril de cerveza y todos empezaron a rellenar jarras. Noemi, amablemente, cogió una para ella y otra para Chokichi, y se la ofreció al Hōzuki. Luego, Shiona les ofreció una bandeja repleta de delicias de pastelería. Alguien entre la multitud empezó a cantar una alegre cancioncilla, y otros tantos le siguieron.
—¿Sabes lo que me encantaría hacer ahora, Chokichi-san? —le susurró Noemi al oído, con una risilla pícara.
De repente, todo se detuvo. La música, el baile, la multitud. Todo. Hasta las bebidas parecían estar congeladas dentro de las jarras, y la comida parecía haber perdido todo sabor.
—DespedazarRTE MuY LenTAMenTE.
Entonces lo escuchó otra vez. En todas partes y en ninguna. En su propia cabeza.
«¡JIAAAAAAAAAAAAAAAAAJIAJIAJIAJIA!»
Empezó a notar calor. Mucho calor. Cuando quiso darse cuenta, Noemi estaba en llamas, todavía abrazada a él y con aquella mueca retorcida en el rostro. Como una antorcha humana, la chica emitió un chillido de pura agonía mientras Chokichi veía cómo la piel se le caía a tiras del rostro, dejando ver músculo y hueso debajo.
«¡OTRO CORDERITO PARA EL MATADERO! ¡JIAAJIAJIAJIAJIA!»
De repente, notó que algo le golpeaba en la espalda. Fue un impacto seco, brutal, que le tiró de boca contra el suelo. Mientras el mundo daba vueltas a su alrededor, la plaza había comenzado a arder. No quedaba rastro de la música ni las alegres canciones, ni de la bebida ni la comida. A su alrededor, todas aquellas personas a las que alguna vez él había querido o respetado cerraban un círculo fatídico. Decenas de gargantas coreando una sola frase.
«Cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde...»
Sintió otro impacto en las costillas. Alguien acababa de darle una tremenda patada. Antes de que pudiera levantarse, notó el inconfundible crujido de su espalda al romperse bajo la presión de una horca de campesino que otra persona le había clavado sin piedad. Pronto todas aquellas figuras oscuras pero familiares se abalanzaron sobre él, propinándole una auténtica marea de golpes, cuchilladas, desgarrones, patadas, palazos...
Un linchamiento inhumano, y aquella risa tan estridente, imponiéndose sobre el caos de gritos, lamentos de pura agonía y rugidos de ira que le atenazaba los oídos.
«JIAAAAAAAAAAAAAAAJIAJIAJIAJIA»