21/09/2018, 18:04
(Última modificación: 21/09/2018, 18:06 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Y de repente, todo cesó.
Chokichi se encontraba con los ojos abiertos, y bien abiertos, en aquel embarcadero que quizás ahora se le antojase lejano en el tiempo. No tenía herida alguna ni se encontraba maltrecho, al menos físicamente. Allí, plantado como un poste de madera, podría ver ante él a la persona a la que llevaba diez minutos mirando a los ojos.
Akame seguía allí, apoyado en uno de aquellos pilotes de hierro. Le dedicó una mirada curiosa al cigarrillo que todavía sostenía entre las yemas de sus dedos índice y pulgar, en la mano derecha; se había consumido por completo, y ya sólo quedaba el filtro. Se encogió de hombros y lo tiró al suelo. Luego, con gesto parsimonioso, sacó una cajetilla de tabaco de su chaleco militar, y un mechero plateado, y tras varios intentos de que saliese la llama, consiguió encenderse otro.
Sólo entonces volvió a dirigirse al chuunin de cabello anaranjado.
—Ahora has visto lo que nosotros hemos visto —declaró, y su voz sonó tranquila—. Has visto lo que significa ser uno de los nuestros.
El jōnin se puso en pie y le dio una honda calada al cigarro, su vista perdida en el horizonte del mar. Todavía agarraba la revista enrollada con su mano izquierda.
—¿No es la recompensa que esperabas? —soltó una carcajada ácida—. Nosotros tampoco.
Chokichi se encontraba con los ojos abiertos, y bien abiertos, en aquel embarcadero que quizás ahora se le antojase lejano en el tiempo. No tenía herida alguna ni se encontraba maltrecho, al menos físicamente. Allí, plantado como un poste de madera, podría ver ante él a la persona a la que llevaba diez minutos mirando a los ojos.
Akame seguía allí, apoyado en uno de aquellos pilotes de hierro. Le dedicó una mirada curiosa al cigarrillo que todavía sostenía entre las yemas de sus dedos índice y pulgar, en la mano derecha; se había consumido por completo, y ya sólo quedaba el filtro. Se encogió de hombros y lo tiró al suelo. Luego, con gesto parsimonioso, sacó una cajetilla de tabaco de su chaleco militar, y un mechero plateado, y tras varios intentos de que saliese la llama, consiguió encenderse otro.
Sólo entonces volvió a dirigirse al chuunin de cabello anaranjado.
—Ahora has visto lo que nosotros hemos visto —declaró, y su voz sonó tranquila—. Has visto lo que significa ser uno de los nuestros.
El jōnin se puso en pie y le dio una honda calada al cigarro, su vista perdida en el horizonte del mar. Todavía agarraba la revista enrollada con su mano izquierda.
—¿No es la recompensa que esperabas? —soltó una carcajada ácida—. Nosotros tampoco.