22/09/2018, 01:13
Así pues, tras aquel súbito ataque, Kaguya Riko perdió la conciencia.
Pac, pac, pac; fue lo primero que oyó al despertar. Aún estaba mareado, sus ojos se abrirían pero no recuperaría del todo la visión. Pac, pac, pac era lo único que se escuchaba, como el chapoteo de cuatro patas sumergiéndose en tierra lodosa. Alguna que otra gota de lluvia vespertina acariciándole el rostro, y el felpudo de pelaje negro sobre el que se encontraba ahora haciéndole de almohada.
Las manos tras su espalda, atadas.
Aún quedaba un largo viaje. Riko volvió a dormir.
Despertó otra vez, con sus sentidos al cien. Le dolía el cuerpo, sobre todo allí en donde se le habría encajado alguna estaca de tierra, pero poco más. Ahora veía con claridad en dónde se encontraba. Ya no llovía, y a su alrededor sólo había un claro verdoso y nutrido cubierto de cientos y vientos de bambús, idénticos todos a cada cual, que daban la sensación de se encontraba dentro de un juego de espejismos.
Ya amanecía, también.
—Peleaste, bien, como todos tus antepasados —dijo alguien, el mayor de todos ellos. Un tipo corpulento, con docena de heridas ataviándole el cuerpo. Una enorme cicatriz cruzándole toda la cara, que parecía haber sido causada por la garra de un dragón y no la de un animal común y corriente. El labio partido, la nariz chata, y una enmarañada melena marrón que le alcanzaba la espalda media—. ¿cómo te llamas?
Para entonces, Riko se habría percatado de que estaba montado sobre una camilla de tiras de bambú que yacía atada al costado de uno de los enormes perros. A su diestra, el hombre que le hablaba junto a su hermano, y al otro extremo, Sombra, con Ikari en otra camilla similar, aún inconsciente. Rodeada de vendas y con la frente sudada.
. . .
Pac, pac, pac; fue lo primero que oyó al despertar. Aún estaba mareado, sus ojos se abrirían pero no recuperaría del todo la visión. Pac, pac, pac era lo único que se escuchaba, como el chapoteo de cuatro patas sumergiéndose en tierra lodosa. Alguna que otra gota de lluvia vespertina acariciándole el rostro, y el felpudo de pelaje negro sobre el que se encontraba ahora haciéndole de almohada.
Las manos tras su espalda, atadas.
Aún quedaba un largo viaje. Riko volvió a dormir.
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Despertó otra vez, con sus sentidos al cien. Le dolía el cuerpo, sobre todo allí en donde se le habría encajado alguna estaca de tierra, pero poco más. Ahora veía con claridad en dónde se encontraba. Ya no llovía, y a su alrededor sólo había un claro verdoso y nutrido cubierto de cientos y vientos de bambús, idénticos todos a cada cual, que daban la sensación de se encontraba dentro de un juego de espejismos.
Ya amanecía, también.
—Peleaste, bien, como todos tus antepasados —dijo alguien, el mayor de todos ellos. Un tipo corpulento, con docena de heridas ataviándole el cuerpo. Una enorme cicatriz cruzándole toda la cara, que parecía haber sido causada por la garra de un dragón y no la de un animal común y corriente. El labio partido, la nariz chata, y una enmarañada melena marrón que le alcanzaba la espalda media—. ¿cómo te llamas?
Para entonces, Riko se habría percatado de que estaba montado sobre una camilla de tiras de bambú que yacía atada al costado de uno de los enormes perros. A su diestra, el hombre que le hablaba junto a su hermano, y al otro extremo, Sombra, con Ikari en otra camilla similar, aún inconsciente. Rodeada de vendas y con la frente sudada.