22/09/2018, 17:26
(Última modificación: 22/09/2018, 17:27 por Amedama Daruu.)
—Antes dije que deberías pasar más tiempo con Kaido... pero quizás también debas pasar menos tiempo con Amedama.
»Esas palabras son suyas, como suyo fue el error. Ya lo comprobó cuando le estuve entrenando.
»Ahora lo comprobarás tú.
Y luego, el silencio. Un silencio ensordecedor, un silencio falso y antinatural. Un silencio que no era la ausencia del habitual paraje sonoro de Amegakure, sino negativo, gutural, hambriento. Devoró el sonido de la lluvia, y cuando la lluvia dejó de sonar, también dejó de caer. Devoró el sonido del oleaje del lago, y las aguas quedaron en calma. Devoró el viento, y éste dejó de soplar. De existir.
Ayame se ahogaba. No había aire que respirar. Las nubes se apartaron del cielo, y el Sol brilló con fuerza. El calor empezó a quemarle la piel. La luz era insoportable.
Más luz, menos aire, más calor. Más luz, menos aire, más calor. Más luz, menos aire, más calor.
Como si hubiera estado buceando, Ayame dio una bocanada de aire y abrió los ojos. Se encontraba en otro lugar. Era una llanura, una planicie. La Planicie del Silencio. Aquél silencio también era falso: lo sabía. Estaba dentro de un Genjutsu al fin y al cabo, pero al menos tenía menos hambre y el viento soplaba con normalidad. En otras circunstancias, habría sido tranquilizador. Pero se encontraba en el País del Remolino, con la silueta inconfundible de Uzushiogakure dibujándose perfilada contra la luz de un funesto atardecer.
—¿Ayame-san? —Una voz conocida la alertó a las espaldas—. ¿Qué... haces aquí?
Era la voz de Uzumaki Eri. Al parecer, a Aotsuki Zetsuo se le había permitido conocer ciertos detalles de la vida de su hija. ¿O es que esa eri era... la auténtica?
»Esas palabras son suyas, como suyo fue el error. Ya lo comprobó cuando le estuve entrenando.
»Ahora lo comprobarás tú.
Y luego, el silencio. Un silencio ensordecedor, un silencio falso y antinatural. Un silencio que no era la ausencia del habitual paraje sonoro de Amegakure, sino negativo, gutural, hambriento. Devoró el sonido de la lluvia, y cuando la lluvia dejó de sonar, también dejó de caer. Devoró el sonido del oleaje del lago, y las aguas quedaron en calma. Devoró el viento, y éste dejó de soplar. De existir.
Ayame se ahogaba. No había aire que respirar. Las nubes se apartaron del cielo, y el Sol brilló con fuerza. El calor empezó a quemarle la piel. La luz era insoportable.
Más luz, menos aire, más calor. Más luz, menos aire, más calor. Más luz, menos aire, más calor.
Como si hubiera estado buceando, Ayame dio una bocanada de aire y abrió los ojos. Se encontraba en otro lugar. Era una llanura, una planicie. La Planicie del Silencio. Aquél silencio también era falso: lo sabía. Estaba dentro de un Genjutsu al fin y al cabo, pero al menos tenía menos hambre y el viento soplaba con normalidad. En otras circunstancias, habría sido tranquilizador. Pero se encontraba en el País del Remolino, con la silueta inconfundible de Uzushiogakure dibujándose perfilada contra la luz de un funesto atardecer.
—¿Ayame-san? —Una voz conocida la alertó a las espaldas—. ¿Qué... haces aquí?
Era la voz de Uzumaki Eri. Al parecer, a Aotsuki Zetsuo se le había permitido conocer ciertos detalles de la vida de su hija. ¿O es que esa eri era... la auténtica?