24/09/2018, 21:04
El callejón en el que entró Daruu era estrecho, tan estrecho que con mucho esfuerzo cabrían dos personas puestas codo con codo. Al ver que le estaba siguiendo, el gato le dedicó un bufido y corrió hacia delante con su preciado tesoro entre las fauces. Sin embargo, el shinobi pronto se daría cuenta de que el callejón no tenía salida, y apoyado contra el muro que lo cerraba había una especie de saco grande y arrugado rodeado de más gatos. El felino saltó para sentarse sobre él, y fue cuando se movió y sacó una mano terriblemente arrugada para acariciar al animal que Daruu se daría cuenta de que se trataba de una persona anciana, probablemente de la calle.
—Oh, ¿qué me traes aquí, Misineko? ¿Es para mí? —resonó una voz temblorosa, femenina. El gato le tendía el palo de los dangos y después se volvió hacia Daruu con sus ojos azules destellando en la penumbra del lugar, como si le estuviera retando a acercarse y quitarle a la anciana su comida—. ¿Qué pasa? ¿Hay alguien ahí, Misi-chan?
—Oh, ¿qué me traes aquí, Misineko? ¿Es para mí? —resonó una voz temblorosa, femenina. El gato le tendía el palo de los dangos y después se volvió hacia Daruu con sus ojos azules destellando en la penumbra del lugar, como si le estuviera retando a acercarse y quitarle a la anciana su comida—. ¿Qué pasa? ¿Hay alguien ahí, Misi-chan?