25/09/2018, 21:02
(Última modificación: 25/09/2018, 21:03 por Aotsuki Ayame.)
De repente, como si alguien hubiera pulsado el botón de pause en aquella absurda película, todo se detuvo a su alrededor: el kunai junto al ojo de Daruu, el mismo Daruu tirado en el suelo, Eri, acuclillada junto a él; la hierba meciéndose al viento, el mismo viento, las nubes en el cielo. Todo. Incluso los sonidos enmudecieron. Y Ayame se permitió aquel descanso para lanzar un largo suspiro de alivio. Pero la calma no iba a durar demasiado, y la voz del Gobi no tardó en hacer acto de aparición.
Ayame apretó las mandíbulas, temblando. Tardó algunos segundos en responder, debatiéndose entre la opción de seguir con aquel martirio o las palabras del bijuu. Sin embargo...
—¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? —masculló entre dientes—. No te necesito. ¡Y no volverás a usarme!
Aquello la condenaba, y lo sabía bien. También era plenamente consciente de que no tenía la habilidad como para disipar una ilusión de su padre. Pero también sabía que no podría soportar ver algo como lo que estaba a punto de suceder. Por eso, y haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban, Ayame separó los labios y sin pensarlo dos veces se clavó los colmillos con todas sus fuerzas en el labio inferior. La boca se le llenó con el sabor metálico de la sangre, los ojos le lagrimearon sin remedio, pero nada de eso le importó.
Cualquier cosa antes que ver aquella escena.
«Yo puedo hacer que pare.»
«Pídelo, y haré que todo esto pare.»
«Si vuelves a renunciar a mi, sufrirás. Haré que lo veas. Todo.»
«Pídelo, y haré que todo esto pare.»
«Si vuelves a renunciar a mi, sufrirás. Haré que lo veas. Todo.»
Ayame apretó las mandíbulas, temblando. Tardó algunos segundos en responder, debatiéndose entre la opción de seguir con aquel martirio o las palabras del bijuu. Sin embargo...
—¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? —masculló entre dientes—. No te necesito. ¡Y no volverás a usarme!
Aquello la condenaba, y lo sabía bien. También era plenamente consciente de que no tenía la habilidad como para disipar una ilusión de su padre. Pero también sabía que no podría soportar ver algo como lo que estaba a punto de suceder. Por eso, y haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban, Ayame separó los labios y sin pensarlo dos veces se clavó los colmillos con todas sus fuerzas en el labio inferior. La boca se le llenó con el sabor metálico de la sangre, los ojos le lagrimearon sin remedio, pero nada de eso le importó.
Cualquier cosa antes que ver aquella escena.