26/09/2018, 00:47
(Última modificación: 26/09/2018, 00:49 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Y a Riko se le hizo la noche mirando al jodido perro de los cojones.
El Kaguya lo tenía muy claro: en su corta vida, no había visto tanta dedicación y obediencia como la que demostró ese perro durante el resto de la tarde. Apenas se movía, nada le distraía; ni siquiera tuvo que ir a mear un árbol o alguna de esas cosas cliché que abundan en la vida de un can. Pero él era un ninken, no un perro común. Esa era la gran diferencia.
Las horas pasaban lentas. Pasaba siempre cuando el desasosiego y la intriga de un futuro incierto jugaban en el equipo contrario. Riko estaba solo, no tenía a nadie. Estaba en el corazón de una Tribu que respondía siempre a su líder. A su gente. ¿Cómo no lo iba a entender, cuando creció en un ambiente similar? ¿acaso encontrándose él con Akashi Akiko y el resto de su gente, dudaría en poner primero los intereses de los suyos antes que los de un cautivo?
No, ni de coña; porque ... la fuerza del Clan está en nosotros, y nuestra fuerza en el Clan está. Para la Tribu Roehuesos, dicho de otra manera, el precepto era exactamente el mismo.
La supervivencia no estaba siempre en manos del más fuerte, sino en los que más abundan.
No iba a poder escapar. Había abierto la puerta pero no iba a poder puto escapar. ¿Qué Dioses estarían complotando contra él para que su suerte fuera tan mala? ¿por qué le habían llevado hasta ese jodido Valle? ¡encontrando su fin en el mismísimo Valle del Fin! ¿Tenía que ser una broma, verdad? una puta broma.
Pero no lo era. Kaguya Riko sabía con certeza de que él se había convertido en un tributo. Mucho no podía hacer para evitarlo, salvo rezar a esos mismos dioses que le habían puesto en primer lugar en semejante predicamento.
El Kaguya lo tenía muy claro: en su corta vida, no había visto tanta dedicación y obediencia como la que demostró ese perro durante el resto de la tarde. Apenas se movía, nada le distraía; ni siquiera tuvo que ir a mear un árbol o alguna de esas cosas cliché que abundan en la vida de un can. Pero él era un ninken, no un perro común. Esa era la gran diferencia.
Las horas pasaban lentas. Pasaba siempre cuando el desasosiego y la intriga de un futuro incierto jugaban en el equipo contrario. Riko estaba solo, no tenía a nadie. Estaba en el corazón de una Tribu que respondía siempre a su líder. A su gente. ¿Cómo no lo iba a entender, cuando creció en un ambiente similar? ¿acaso encontrándose él con Akashi Akiko y el resto de su gente, dudaría en poner primero los intereses de los suyos antes que los de un cautivo?
No, ni de coña; porque ... la fuerza del Clan está en nosotros, y nuestra fuerza en el Clan está. Para la Tribu Roehuesos, dicho de otra manera, el precepto era exactamente el mismo.
La supervivencia no estaba siempre en manos del más fuerte, sino en los que más abundan.
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No iba a poder escapar. Había abierto la puerta pero no iba a poder puto escapar. ¿Qué Dioses estarían complotando contra él para que su suerte fuera tan mala? ¿por qué le habían llevado hasta ese jodido Valle? ¡encontrando su fin en el mismísimo Valle del Fin! ¿Tenía que ser una broma, verdad? una puta broma.
Pero no lo era. Kaguya Riko sabía con certeza de que él se había convertido en un tributo. Mucho no podía hacer para evitarlo, salvo rezar a esos mismos dioses que le habían puesto en primer lugar en semejante predicamento.