28/09/2018, 02:17
Kaido tragó saliva. Y por un instante, su mente viajó a aquel barco. a Baratie.
El olor a chamusca le inundaba la nariz mientras la sangre del dragón le bañaba los nudillos, que aplastaban a mansalva su cráneo. Inmediatamente después el cuerpo de Katame haciendo combustión espontánea a la par de que su tatuaje, ubicado en el cuello, se hubiera encendido mágicamente. Una voz gutural tomando forma y fondo, mientras las pocas llamas restantes eran extinguidas por su suiton.
Cuando volvió a la realidad, lo hizo entendiendo las implicaciones de tener ese tatuaje. De aceptar el sello maldito. Y ahora sabía quién era la que estaba detrás de ello. Otohime. Una mujer que, aunque no contaba con aptitudes para el combate, le daba mucho más temor que cualquier otro excepcional luchador. Con un pasado crudo y una infancia mucho más cruel. Era una bastarda que salió de la nada para continuar en la nada por mucho tiempo, hasta que el destino —de forma muy similar a su propio caso—. le puso en frente a un Cabeza de Dragón.
¿Habría sido ella la que le vio a través de Katame? ¿Sería ella la encargada de dar la información a quien pusiera su nombre y precio en el mural de Hibakari?
Otohime era peligrosa. Muy peligrosa. Y seguramente, iba a ser la primera en verle la cara de tú a tú. Después de todo, el Sello Maldito del Dragón Rojo era la jodida firma del contrato.
—Eso nos lleva a... —al creador de la empresa. Al líder, según Hageshi. A la primera Cabeza de Dragón—. Ryū.
El olor a chamusca le inundaba la nariz mientras la sangre del dragón le bañaba los nudillos, que aplastaban a mansalva su cráneo. Inmediatamente después el cuerpo de Katame haciendo combustión espontánea a la par de que su tatuaje, ubicado en el cuello, se hubiera encendido mágicamente. Una voz gutural tomando forma y fondo, mientras las pocas llamas restantes eran extinguidas por su suiton.
Cuando volvió a la realidad, lo hizo entendiendo las implicaciones de tener ese tatuaje. De aceptar el sello maldito. Y ahora sabía quién era la que estaba detrás de ello. Otohime. Una mujer que, aunque no contaba con aptitudes para el combate, le daba mucho más temor que cualquier otro excepcional luchador. Con un pasado crudo y una infancia mucho más cruel. Era una bastarda que salió de la nada para continuar en la nada por mucho tiempo, hasta que el destino —de forma muy similar a su propio caso—. le puso en frente a un Cabeza de Dragón.
¿Habría sido ella la que le vio a través de Katame? ¿Sería ella la encargada de dar la información a quien pusiera su nombre y precio en el mural de Hibakari?
Otohime era peligrosa. Muy peligrosa. Y seguramente, iba a ser la primera en verle la cara de tú a tú. Después de todo, el Sello Maldito del Dragón Rojo era la jodida firma del contrato.
—Eso nos lleva a... —al creador de la empresa. Al líder, según Hageshi. A la primera Cabeza de Dragón—. Ryū.