28/09/2018, 16:30
El equipo Kori volvió a casa aquella noche con un asesinato a medio resolver, aunque decir que estaban a medias era ser considerablemente generoso, teniendo en cuenta que la única pista que habían encontrado no parecía ser nada más que un pin sucio y sin brillo de plata. Daruu se despidió de Ayame y de su hermano en la puerta de la Pastelería de Kiroe-chan, e introdujo la llave en la cerradura. Como muchas otras noches, Kiroe ya se encontraba arriba, escuchando música. Desde que había perdido los ojos, pasaba los días practicando esa extraña técnica de ecolocalización que le había enseñado Ayame, aunque últimamente se saltaba sus entrenamientos más que de costumbre, algo que a Daruu le parecía sospechoso, dadas las risillas que su madre le dedicaba cada vez que le preguntaba por ello. O, simplemente, se trataba de que Kiroe era así.
Se despidió de ella, le dio un abrazo, cenó un sobrio bocadillo de jamón y queso y se metió en la ducha. Mientras el agua le caía por encima del desordenado cabello intentó darle unas pocas vueltas a de qué le sonaba el símbolo de la chapa. Estaba seguro de haberlo visto en alguna parte, pero ¿dónde?
Se fue a la cama con la duda, molesto.
—¿Eh, qué? ¿¡Qué!? —Daruu se levantó de golpe. Un porrazo en la ventana le hizo saltar de la cama y casi caer mareado por tomar la posición vertical con tanta rapidez. Se acercó al cristal y retiró la cortina. Un pequeño búho nival se había estrellado con un mensaje atado en una pata—. Oh, otra vez tú. En serio, ¿por qué tienes siempre que estamparte contra la ventana? ¡Te vas a hacer daño!
Normalmente, Kori enviaba búhos nivales a su casa para anunciar que el equipo debía reunirse. Había aprendido a reconocerlos, sobretodo a aquél, porque el pobre no controlaba los aterrizajes y siempre acababa chocando. Los otros solían golpear con el pico en el cristal para llamar su atención.
—A ver qué tienes para mi... —dijo Daruu, desatando el papelillo de la pata del ave. Abrió los ojos con severa sorpresa, ahogó un grito y salió corriendo de su habitación.
Ayame y Kori ya estaban allí. Se trataba, esta vez, de una joyería. De nuevo, la puerta no estaba forzada —y al tratarse de una joyería, la puerta estaba abierta y sujeta por hilo shinobi, pues sólo podía abrirse desde dentro una vez cerrada a través de un interruptor—. Sin decir ni una palabra y al ver la gravedad de los rostros de sus compañeros, Daruu se asomó por el cristal. La dueña yacía en el centro del local, con un charco de sangre en el suelo y una herida en el centro del pecho, otro agujero de filo limpio. Era una mujer de avanzada edad que vestía de blanco, con un collar de perlas. Tenía el pelo tintado de un castaño roble que hacía juego con los muebles de las joyas.
—Mierda. Otro asesinato...
—No hemos registrado el interior todavía, te estábamos esperando —dijo Kori—. Pero a juzgar por lo que se ve desde aquí, de nuevo comprobamos que el atacante no quería llevarse nada. Sólo su vida.
Se despidió de ella, le dio un abrazo, cenó un sobrio bocadillo de jamón y queso y se metió en la ducha. Mientras el agua le caía por encima del desordenado cabello intentó darle unas pocas vueltas a de qué le sonaba el símbolo de la chapa. Estaba seguro de haberlo visto en alguna parte, pero ¿dónde?
Se fue a la cama con la duda, molesto.
· · ·
¡POM!
—¿Eh, qué? ¿¡Qué!? —Daruu se levantó de golpe. Un porrazo en la ventana le hizo saltar de la cama y casi caer mareado por tomar la posición vertical con tanta rapidez. Se acercó al cristal y retiró la cortina. Un pequeño búho nival se había estrellado con un mensaje atado en una pata—. Oh, otra vez tú. En serio, ¿por qué tienes siempre que estamparte contra la ventana? ¡Te vas a hacer daño!
Normalmente, Kori enviaba búhos nivales a su casa para anunciar que el equipo debía reunirse. Había aprendido a reconocerlos, sobretodo a aquél, porque el pobre no controlaba los aterrizajes y siempre acababa chocando. Los otros solían golpear con el pico en el cristal para llamar su atención.
—A ver qué tienes para mi... —dijo Daruu, desatando el papelillo de la pata del ave. Abrió los ojos con severa sorpresa, ahogó un grito y salió corriendo de su habitación.
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Ayame y Kori ya estaban allí. Se trataba, esta vez, de una joyería. De nuevo, la puerta no estaba forzada —y al tratarse de una joyería, la puerta estaba abierta y sujeta por hilo shinobi, pues sólo podía abrirse desde dentro una vez cerrada a través de un interruptor—. Sin decir ni una palabra y al ver la gravedad de los rostros de sus compañeros, Daruu se asomó por el cristal. La dueña yacía en el centro del local, con un charco de sangre en el suelo y una herida en el centro del pecho, otro agujero de filo limpio. Era una mujer de avanzada edad que vestía de blanco, con un collar de perlas. Tenía el pelo tintado de un castaño roble que hacía juego con los muebles de las joyas.
—Mierda. Otro asesinato...
—No hemos registrado el interior todavía, te estábamos esperando —dijo Kori—. Pero a juzgar por lo que se ve desde aquí, de nuevo comprobamos que el atacante no quería llevarse nada. Sólo su vida.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)