28/09/2018, 18:41
(Última modificación: 28/09/2018, 18:46 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—O tienen algo en común —respondió Daruu, entrando a la tienda con cuidado—, o nos encontramos ante un asesino en serie. Cosa mala.
Ayame entró detrás de él, y Kōri fue el último.
—Eso sería una mala noticia, pero de momento es lo que parece. Sin embargo, más vale que revisemos todo a fondo. Que tratemos de encontrar una conexión. Vamos, chicos. Por cierto, tengo la llave, tenemos que apagar las luces al terminar y cortar el hilo; asegurarnos de que el establecimiento queda cerrado. Luego, iré a devolverla al equipo forense. Que por cierto, me habló cuando me avisaron de este segundo crimen. No encontraron nada notable. Una estocada limpia a la altura del corazón.
Ayame suspiró. Tal y como esperaba, seguían sin tener más pistas entre manos. Comenzó a pasearse por el local, echando un vistazo a todo lo que veía. El espacio era rectangular, de unos cinco metros de ancho por siete de largo, con armarios de cristales reforzados en los que se exhibían todo tipo de bisutería, desde la más discreta a la más ostentosa que se podía llegar a imaginar. Ninguno de esos armarios había sido forzado, por lo que la idea del robo quedaba completamente descartada. Al fondo estaba el mostrador, con una caja registradora que aún conservaba todo el dinero. Y tras un cuadro en la pared que el jonin retiró, una caja fuerte. La víctima estaba en el centro del establecimiento, y además de la herida fatal en el pecho presentaba un corte en la chaqueta a la altura del brazo, que tenía encogido sobre el pecho mientras el otro quedaba estirado, con la mano cerrada en un puño.
—¿Se conocían? ¿O tal vez estaba atendiéndole y luego la mató casi por sorpresa?
Y entonces algo hizo click en el cerebro de Ayame, que palideció y prácticamente se abalanzó sobre la puerta abierta.
—¡Maldita sea, soy estúpida! —bramó, volviéndose hacia los dos shinobi—. Estamos hablando todo el rato de que el asesino no forzó las cerraduras, de que si estaría ya dentro del local o qué, ¿pero y si no necesitaba forzar ninguna cerradura para pasar al interior? ¡Yo soy capaz de hacerlo escurriéndome por debajo de las puertas! —exclamó, apoyándose la mano en el pecho—. ¿Y si el asesino es un Hozuki como yo o tiene una habilidad similar?
Ayame entró detrás de él, y Kōri fue el último.
—Eso sería una mala noticia, pero de momento es lo que parece. Sin embargo, más vale que revisemos todo a fondo. Que tratemos de encontrar una conexión. Vamos, chicos. Por cierto, tengo la llave, tenemos que apagar las luces al terminar y cortar el hilo; asegurarnos de que el establecimiento queda cerrado. Luego, iré a devolverla al equipo forense. Que por cierto, me habló cuando me avisaron de este segundo crimen. No encontraron nada notable. Una estocada limpia a la altura del corazón.
Ayame suspiró. Tal y como esperaba, seguían sin tener más pistas entre manos. Comenzó a pasearse por el local, echando un vistazo a todo lo que veía. El espacio era rectangular, de unos cinco metros de ancho por siete de largo, con armarios de cristales reforzados en los que se exhibían todo tipo de bisutería, desde la más discreta a la más ostentosa que se podía llegar a imaginar. Ninguno de esos armarios había sido forzado, por lo que la idea del robo quedaba completamente descartada. Al fondo estaba el mostrador, con una caja registradora que aún conservaba todo el dinero. Y tras un cuadro en la pared que el jonin retiró, una caja fuerte. La víctima estaba en el centro del establecimiento, y además de la herida fatal en el pecho presentaba un corte en la chaqueta a la altura del brazo, que tenía encogido sobre el pecho mientras el otro quedaba estirado, con la mano cerrada en un puño.
—¿Se conocían? ¿O tal vez estaba atendiéndole y luego la mató casi por sorpresa?
Y entonces algo hizo click en el cerebro de Ayame, que palideció y prácticamente se abalanzó sobre la puerta abierta.
—¡Maldita sea, soy estúpida! —bramó, volviéndose hacia los dos shinobi—. Estamos hablando todo el rato de que el asesino no forzó las cerraduras, de que si estaría ya dentro del local o qué, ¿pero y si no necesitaba forzar ninguna cerradura para pasar al interior? ¡Yo soy capaz de hacerlo escurriéndome por debajo de las puertas! —exclamó, apoyándose la mano en el pecho—. ¿Y si el asesino es un Hozuki como yo o tiene una habilidad similar?