1/10/2018, 01:00
El invierno había llegado, y con él se fueron los colores ocres del otoño. La hierba marchitaba, los árboles se desnudaban a su paso y aunque aún no habían llegado las nieves, el frío ya comenzaba a calar en los huesos. Incluso Tanzaku Gai, la capital del País del Fuego, veía su actividad ralentizada por la gélida estación. La mayor parte de los turistas que visitaban sus calles y dejaban su dinero en los múltiples locales de ocio y de dudosa moralidad habían volado al ver empeorar el tiempo, por lo cual las calles no estaban tan concurridas como solían estar.
Ni siquiera la plaza estaba tan llena como la última vez que la visitó.
Un fantasma se movía de forma silenciosa sobre los adoquines de piedra. Envuelto de pies a cabeza en una gruesa capa de viaje blanca como la nieve, con una capucha echada sobre su cabeza que asumía sus rasgos en una suave penumbra. Y aún en el caso de que alguien lograra ver a través de esa penumbra se encontraría con un rostro femenino de nariz pequeña y labios más bien finos, parcialmente oculto por un antifaz del mismo color. Aunque algún mechón de cabello oscuro como la noche y largo hasta la mitad de su pecho escapaba deslizándose por su hombro y culebreando al son del viento.
Ayame nunca había agradecido tanto llevar aquella túnica como en aquel momento.
Se acercó a la fuente del centro de la plaza y paseó la mano por su poyete. No había ni rastro del escenario ni de la mesa del jurado, pero todo estaba tal y como lo recordaba. Le habría gustado acudir a Tanzaku Gai unos meses antes, cuando se estaba desarrollando el Festival Musical, pero encerrada como había estado entre los barrotes de su aldea, le había sido completamente imposible. Y aún cuando había recuperado su libertad, a su padre no le había hecho ninguna gracia que se acercara tanto a los terrenos del País del Remolino.
Pero ella necesitaba ir allí.
¿Aunque por qué? ¿Qué era lo que le había empujado a hacer ese viaje? ¿Qué era lo que buscaba en ese sitio?
Su corazón latía con fuerza cada vez que se hacía esas preguntas. Y al mismo tiempo sentía un miedo atroz...
Ni siquiera la plaza estaba tan llena como la última vez que la visitó.
Un fantasma se movía de forma silenciosa sobre los adoquines de piedra. Envuelto de pies a cabeza en una gruesa capa de viaje blanca como la nieve, con una capucha echada sobre su cabeza que asumía sus rasgos en una suave penumbra. Y aún en el caso de que alguien lograra ver a través de esa penumbra se encontraría con un rostro femenino de nariz pequeña y labios más bien finos, parcialmente oculto por un antifaz del mismo color. Aunque algún mechón de cabello oscuro como la noche y largo hasta la mitad de su pecho escapaba deslizándose por su hombro y culebreando al son del viento.
Ayame nunca había agradecido tanto llevar aquella túnica como en aquel momento.
Se acercó a la fuente del centro de la plaza y paseó la mano por su poyete. No había ni rastro del escenario ni de la mesa del jurado, pero todo estaba tal y como lo recordaba. Le habría gustado acudir a Tanzaku Gai unos meses antes, cuando se estaba desarrollando el Festival Musical, pero encerrada como había estado entre los barrotes de su aldea, le había sido completamente imposible. Y aún cuando había recuperado su libertad, a su padre no le había hecho ninguna gracia que se acercara tanto a los terrenos del País del Remolino.
Pero ella necesitaba ir allí.
¿Aunque por qué? ¿Qué era lo que le había empujado a hacer ese viaje? ¿Qué era lo que buscaba en ese sitio?
Su corazón latía con fuerza cada vez que se hacía esas preguntas. Y al mismo tiempo sentía un miedo atroz...