3/10/2018, 15:57
Sin embargo, Juro se equivocaba. Y de lleno. Los Arrozales del Silencio, conocidos en todo Oonindo, no eran el huertito privado del Daimyō de Mori no Kuni; sino una vasta extensión de campos de cultivos y pueblecitos, mayormente habitados por jornaleros, aquí y allá. En la parte Oeste, por la que habían llegado los ninjas, se podían divisar a lo lejos algunas agrupaciones de casas y edificios de tamaño algo mayor, probablemente tiendas, posadas o similares.
A simple vista era imposible dilucidar si alguna de aquellas casas sería el dojo del maestro Yamcha. Ante los ninjas se extendían los campos en toda su amplitud, y dada la falta de direcciones específicas sobre dónde hallar al custodio del Taijutsu secreto que tenían que encontrar, podía suponerse que se esperaba de ellos que encontrasen en lugar por sus propios medios.
A aquellas horas —pasado ya el mediodía— podían verse a los incontables trabajadores de los arrozales recorriendo los múltiples senderos que cruzaban los campos para volver al tajo. El Sol de Otoño pegaba con fuerza aquel día, e incluso a pesar de que las temperaturas ya hacía un par de meses que habían descendido, todavía resultaba difícil trabajar a semejantes horas. A pesar de ello, los arrozales empezaron a llenarse de jornaleros que volvían a doblarse sobre sus propias rodillas para seguir recogiendo la cosecha.
A simple vista era imposible dilucidar si alguna de aquellas casas sería el dojo del maestro Yamcha. Ante los ninjas se extendían los campos en toda su amplitud, y dada la falta de direcciones específicas sobre dónde hallar al custodio del Taijutsu secreto que tenían que encontrar, podía suponerse que se esperaba de ellos que encontrasen en lugar por sus propios medios.
A aquellas horas —pasado ya el mediodía— podían verse a los incontables trabajadores de los arrozales recorriendo los múltiples senderos que cruzaban los campos para volver al tajo. El Sol de Otoño pegaba con fuerza aquel día, e incluso a pesar de que las temperaturas ya hacía un par de meses que habían descendido, todavía resultaba difícil trabajar a semejantes horas. A pesar de ello, los arrozales empezaron a llenarse de jornaleros que volvían a doblarse sobre sus propias rodillas para seguir recogiendo la cosecha.