4/10/2018, 04:13
Insatisfecho. Así fue como se sintió el escualo al acabar de leer el último informe, que aún y a pesar de tener información bastante esclarecedora en su interior, le supo bastante a poco. Quizás había puesto demasiada expectativa en la inteligencia recabada por Hageshi, creyendo que lo iba a tener hecho y servido en bandeja de plata después de estudiar todo. Pero no. Ni de coña. Porque había demasiadas lagunas. Cientos de predicamentos. Incontables complicaciones. Era un campo minado de desconocimiento que representaban todos los misterios de Dragón Rojo, las cuales iba a tener que esquivar apropiadamente para poder llegar hasta la cima sin perecer en el intento. Ir desvelándolos uno a uno en un trayecto que, ahora, se le antojaba absurdamente largo. Muy largo.
Ese preciso instante fue la única vez que dudó. De poder hacerlo. De creerse capaz en alcanzar esa cima, que no era otra sino Ryūgū-jō. Aunque la incertidumbre, sin embargo, le duró poco. O más bien nada.
Una sonrisa pletórica le envolvió el rostro y se echó a recostar en el sillón. Miró, miró a todos lados como si fuera la última vez que iba a contemplar aquel tugurio que le servía de hogar. Meditó a profundidad las vicisitudes de su vida, los propósitos de su existencia, las experiencias vividas.
Y por sobre todo, fantaseó sobre lo que estaba por venir. De la gran aventura en la que estaba a punto de arrojarse de cabeza.
En las batallas que iba a librar, como cuando luchó contra Katame allá en Taikarune. Entonces había sido uno. Ahora eran siete. Y tendría que eliminarlos al mismo, jodido, tiempo.
Por Amegakure no satou que lo iba a hacer.
No. Más bien por Umikiba Kaido.
...
Ese preciso instante fue la única vez que dudó. De poder hacerlo. De creerse capaz en alcanzar esa cima, que no era otra sino Ryūgū-jō. Aunque la incertidumbre, sin embargo, le duró poco. O más bien nada.
Una sonrisa pletórica le envolvió el rostro y se echó a recostar en el sillón. Miró, miró a todos lados como si fuera la última vez que iba a contemplar aquel tugurio que le servía de hogar. Meditó a profundidad las vicisitudes de su vida, los propósitos de su existencia, las experiencias vividas.
Y por sobre todo, fantaseó sobre lo que estaba por venir. De la gran aventura en la que estaba a punto de arrojarse de cabeza.
En las batallas que iba a librar, como cuando luchó contra Katame allá en Taikarune. Entonces había sido uno. Ahora eran siete. Y tendría que eliminarlos al mismo, jodido, tiempo.
Por Amegakure no satou que lo iba a hacer.
No. Más bien por Umikiba Kaido.
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