6/10/2018, 00:06
Daruu tuvo que insistir un par de veces más para obtener algún tipo de respuesta.
Primero fue un ronco gruñido que parecía querer significar algo parecido a "ya voy". Después fueron los pasos, lentos y arrastrados. Después vinieron los golpes, uno detrás de otro, a cada cual más estrepitoso que el anterior y los cuales fueron acompañados por sendos quejidos y malhumoradas maldiciones hacia todo lo existente. Al final, tras un par de accidentados minutos, la puerta se abrió con parsimonia, y al otro lado estaba una lamentable Ayame que aún se frotaba los ojos profundamente adormilada, con sus largos cabellos completamente alborotados cayendo por su espalda entre rebeldes rizos, y vestida con un grueso pijama de lana compuesto por una camiseta de manga larga con una oveja enorme y sonriente en su pecho y unos pantalones, también largos, con réplicas de esa misma oveja en forma de múltiples estampados repartidos a lo largo de sus piernas. Sus pies estaban cubiertos por unas zapatillas enormes para sus pequeños pies, gruesas, abultadas y con forma de ositos blancos. Estaba claro que la muchacha no toleraba bien el frío del invierno húmedo de Amegakure.
Tardó unos segundos más en terminar de abrir los ojos para recibir a su inesperado visitante, y un par de segundos más en reconocer quién era. Para entonces abrió los ojos de par en par, como un búho deslumbrado en mitad de la noche, y su rostro se encendió como un hierro al fuego.
—¡AH, DARUU-KUN! —gritó, profundamente avergonzada, tapando la mayor parte de su cuerpo detrás de la puerta—. ¿Q... qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Nos ha llamado Kōri para una misión? —preguntó, sin tan siquiera fijarse en la indumentaria casual que llevaba el muchacho. En su lugar, giró la cabeza buscando un reloj y o a sus dos familiares desaparecidos—. ¡Si sólo son las nueve y media de la mañana!
Primero fue un ronco gruñido que parecía querer significar algo parecido a "ya voy". Después fueron los pasos, lentos y arrastrados. Después vinieron los golpes, uno detrás de otro, a cada cual más estrepitoso que el anterior y los cuales fueron acompañados por sendos quejidos y malhumoradas maldiciones hacia todo lo existente. Al final, tras un par de accidentados minutos, la puerta se abrió con parsimonia, y al otro lado estaba una lamentable Ayame que aún se frotaba los ojos profundamente adormilada, con sus largos cabellos completamente alborotados cayendo por su espalda entre rebeldes rizos, y vestida con un grueso pijama de lana compuesto por una camiseta de manga larga con una oveja enorme y sonriente en su pecho y unos pantalones, también largos, con réplicas de esa misma oveja en forma de múltiples estampados repartidos a lo largo de sus piernas. Sus pies estaban cubiertos por unas zapatillas enormes para sus pequeños pies, gruesas, abultadas y con forma de ositos blancos. Estaba claro que la muchacha no toleraba bien el frío del invierno húmedo de Amegakure.
Tardó unos segundos más en terminar de abrir los ojos para recibir a su inesperado visitante, y un par de segundos más en reconocer quién era. Para entonces abrió los ojos de par en par, como un búho deslumbrado en mitad de la noche, y su rostro se encendió como un hierro al fuego.
—¡AH, DARUU-KUN! —gritó, profundamente avergonzada, tapando la mayor parte de su cuerpo detrás de la puerta—. ¿Q... qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Nos ha llamado Kōri para una misión? —preguntó, sin tan siquiera fijarse en la indumentaria casual que llevaba el muchacho. En su lugar, giró la cabeza buscando un reloj y o a sus dos familiares desaparecidos—. ¡Si sólo son las nueve y media de la mañana!