8/10/2018, 23:16
—Las cambiaré de sitio, carapapa —se burló de ella, con aquel apodo que le había asignado tiempo atrás, mientras le daba un golpecito en el hombro—. Y sí, vámonos. Que a estas alturas tu hermano ha acabado con todos los bollitos.
Ayame le había oído a la perfección, pero tardó unos pocos segundos en escucharlo.
—¿Los bollitos? ¿Qué bollitos? —preguntó perpleja, a sabiendas de que su hermano sólo sentía una verdadera predilección por un tipo especial de bollitos. Sin embargo, la creadora de estos en aquellos instantes se encontraba completamente indispuesta. Incapacitada para seguir llevando su amada pastelería desde que donó sus ojos a su querido hijo para que pudiera seguir viendo después de que los suyos le fueran arrebatados...
Sin embargo, Daruu no respondió. Silbaba alegremente una melodía mientras se dirigía hacia la salida del apartamento. Y Ayame no tuvo más remedio que seguirle.
—¡Eh, no me dejes así! ¡Responde! ¿De qué va todo esto? —exclamó, mientras cerraba la puerta con llave detrás de ella, y se acercaba a Daruu con la desesperación y la indignación pintadas en su rostro.
Pero él no estaba dispuesto a soltar prenda. No al menos por el momento.
—Kōri-sensei estaba también gracioso en esa foto —dijo, cambiando completamente el tema de conversación, y Ayame esbozó un mohín de irritación.
—Ah, ¿él no estaba "mono"? Verás cuando se lo diga —se mofó, con una sonrisa malvada.
—¿Nunca te has preguntado cómo sería conocer a tu hermano de genin? Quiero decir, tenerlo de compañero.
La repentina pregunta la pilló desprevenida. Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pensativa.
—Bueno, lo cierto es que no le he tenido como compañero pero he vivido con él cuando era un genin... Y siempre le andaba molestando para que dejara de entrenar y jugara conmigo o me enseñara a hacer las cosas que él hacía —rio—. Aunque él por supuesto sólo creaba unos shuriken de nieve blandita y me animaba a hacer puntería a apenas un par de metros con una diana más grande que mi cabeza.
Aunque sus ojos se ensombrecieron durante unos instantes. Fue una época feliz, sí, pero por nada del mundo desearía regresar a ella.
No...
Porque su padre no estaba allí con ellos.
—¡Oye, ahora en serio! ¿Qué ocurre con esos bollitos? ¡Y no me cambies más el tema! ¡No me obligues a usar la técnica del interrogatorio otra vez contigo!
Ayame le había oído a la perfección, pero tardó unos pocos segundos en escucharlo.
—¿Los bollitos? ¿Qué bollitos? —preguntó perpleja, a sabiendas de que su hermano sólo sentía una verdadera predilección por un tipo especial de bollitos. Sin embargo, la creadora de estos en aquellos instantes se encontraba completamente indispuesta. Incapacitada para seguir llevando su amada pastelería desde que donó sus ojos a su querido hijo para que pudiera seguir viendo después de que los suyos le fueran arrebatados...
Sin embargo, Daruu no respondió. Silbaba alegremente una melodía mientras se dirigía hacia la salida del apartamento. Y Ayame no tuvo más remedio que seguirle.
—¡Eh, no me dejes así! ¡Responde! ¿De qué va todo esto? —exclamó, mientras cerraba la puerta con llave detrás de ella, y se acercaba a Daruu con la desesperación y la indignación pintadas en su rostro.
Pero él no estaba dispuesto a soltar prenda. No al menos por el momento.
—Kōri-sensei estaba también gracioso en esa foto —dijo, cambiando completamente el tema de conversación, y Ayame esbozó un mohín de irritación.
—Ah, ¿él no estaba "mono"? Verás cuando se lo diga —se mofó, con una sonrisa malvada.
—¿Nunca te has preguntado cómo sería conocer a tu hermano de genin? Quiero decir, tenerlo de compañero.
La repentina pregunta la pilló desprevenida. Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pensativa.
—Bueno, lo cierto es que no le he tenido como compañero pero he vivido con él cuando era un genin... Y siempre le andaba molestando para que dejara de entrenar y jugara conmigo o me enseñara a hacer las cosas que él hacía —rio—. Aunque él por supuesto sólo creaba unos shuriken de nieve blandita y me animaba a hacer puntería a apenas un par de metros con una diana más grande que mi cabeza.
Aunque sus ojos se ensombrecieron durante unos instantes. Fue una época feliz, sí, pero por nada del mundo desearía regresar a ella.
No...
Porque su padre no estaba allí con ellos.
—¡Oye, ahora en serio! ¿Qué ocurre con esos bollitos? ¡Y no me cambies más el tema! ¡No me obligues a usar la técnica del interrogatorio otra vez contigo!