9/10/2018, 21:22
Ayame le vio temblar momentáneamente, pero entonces sus labios se estrecharon en una sonrisa. Pero aquella sonrisa no era para nada alegre, era una sonrisa malvada, sardónica. Su mano derecha chisporroteó de repente, con las serpientes de la electricidad recorriendo sus dedos de forma amenazadora.
—¿Oooh...? —dijo, con tono burlón—. Y supongo que conseguirías formular tooodos esos sellos antes de que yo pudiera mover la mano y pegarte un buen calambrazo, ¿eh?
Tiempo atrás, Ayame habría pegado un brinco, asustada, pero en aquella ocasión apenas pestañeó un par de veces. Por supuesto, como Hōzuki que era, la electricidad seguía poniéndole el vello de punta. Pero en los últimos meses, había estado soportando cosas mucho peores que aquellas. Literalmente, había sentido los rayos caer a milímetros de su cuerpo.
—No, creo que no —admitió, con una risilla.
La técnica de Daruu se apagó, y justo en ese momento las puertas del ascensor se abrieron.
—Ten paciencia, cariño. En unos minutos sabrás cuál es la sorpresa.
—¡Eso es demasiado tiempo! —protestó ella, con un mohín infantil, mientras entraba al ascensor y pulsaba el botón del bajo.
Las puertas se cerrarían poco después de que Daruu entrara detrás, y ambos comenzaron el descenso con el ya conocido sonido de poleas y de maquinaria moviéndose. Ayame se apoyó en la pared más cercana. No podía evitarlo. Aunque ya debería estar acostumbrada, encontrarse encerrada en un espacio tan reducido con la única compañía de Daruu la disturbaba ligeramente...
—¿Oooh...? —dijo, con tono burlón—. Y supongo que conseguirías formular tooodos esos sellos antes de que yo pudiera mover la mano y pegarte un buen calambrazo, ¿eh?
Tiempo atrás, Ayame habría pegado un brinco, asustada, pero en aquella ocasión apenas pestañeó un par de veces. Por supuesto, como Hōzuki que era, la electricidad seguía poniéndole el vello de punta. Pero en los últimos meses, había estado soportando cosas mucho peores que aquellas. Literalmente, había sentido los rayos caer a milímetros de su cuerpo.
—No, creo que no —admitió, con una risilla.
La técnica de Daruu se apagó, y justo en ese momento las puertas del ascensor se abrieron.
—Ten paciencia, cariño. En unos minutos sabrás cuál es la sorpresa.
—¡Eso es demasiado tiempo! —protestó ella, con un mohín infantil, mientras entraba al ascensor y pulsaba el botón del bajo.
Las puertas se cerrarían poco después de que Daruu entrara detrás, y ambos comenzaron el descenso con el ya conocido sonido de poleas y de maquinaria moviéndose. Ayame se apoyó en la pared más cercana. No podía evitarlo. Aunque ya debería estar acostumbrada, encontrarse encerrada en un espacio tan reducido con la única compañía de Daruu la disturbaba ligeramente...