9/10/2018, 23:20
(Última modificación: 9/10/2018, 23:31 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—¿¡Pero qué narices le pasa!? —exclamó Daruu, agitando un brazo en el aire como si estuviera intentando espantar un malvado yokai—. ¡Se ha puesto como una loca!
—Dar... —comenzó a pronunciar Kōri, pero antes de que pudiera terminar siquiera unos pasos retumbaron en las escaleras del interior de la pastelería que daba a la vivienda de los Amedama y la puerta se abrió de golpe.
—¡ME CAGO EN DIOS, DARUU! ¡Te he dicho que cierres con cuidado joder, que la puerta es de cristal —bramó la madre del muchacho.
—Lo siento, mamá. Pero no he sido yo, sino Ayame.
—¿Ayame? ¿Pero qué le has hecho ahora?
—¡Encima!
El Hielo inclinó la espalda en una reverencia, aún consciente de que la pobre Kiroe no podía verle.
—Lo siento, Kiroe-san. No se lo tenga en cuenta, yo me haré cargo de cualquier desperfecto ocasionado —habló, solemne, antes de reincorporarse y volverse hacia Daruu. Se mostraba dubitativo, más incluso que antes de que la mujer entrara en escena, pero sentía que si no resolvía aquello, la confianza entre los dos genin terminaría por degradarse hasta un punto de no retorno. Y aquello no sólo fragmentaría su trabajo en equipo—. Daruu-kun, sabes bien que Ayame no tolera de ninguna manera las drogas. Su sola mención la irrita pero eso es... porque las teme. —El Jōnin miró de reojo a Kiroe con los ojos entrecerrados. Se le hacía difícil hablar de ello a otras personas, aunque él sabía bien que la mujer había vivido aquella época casi tan de cerca como él mismo. Por eso volvió a suspirar y, tras unos breves segundos, continuó hablando. Y cuando lo hizo la mirada de sus ojos pareció derretirse un tanto—. Cuando madre murió durante el nacimiento de Ayame, padre no supo... superar aquella pérdida. Se refugió en la bebida, y ese monstruo lo atrapó durante varios años. Durante ese tiempo se olvidó por completo de nosotros, así que me vi obligado a criar a Ayame. Aunque era muy pequeña, guarda recuerdos de aquella época y al sentirse abandonada por su propio padre le declaró la guerra a cualquier tipo de droga. Piensa que son terriblemente peligrosas, y no aprueba para nada que otros las consuman. Y eso que ni siquiera fue consciente de la peor época, cuando todo empezó.
Nunca podría olvidarlo. El recuerdo de aquellos tiempos, con su padre tirado de cualquier manera en el comedor sumido en la penumbra sin más luz que la de los rayos que iluminaban periódicamente su su cuerpo deshecho. Las botellas en el suelo. Una copa rota. Su rostro sin afeitar. Sus cabellos despeinados. Las ojeras que cubrían siempre sus ojos, y aquella mirada nublada por la niebla de la ebriedad. Nunca podría quitarse de la cabeza el olor permanente a alcohol que exudaba. Sus murmullos ininteligibles. Más de una vez Kōri llegó a pensar que su padre no sobreviviría. Que la pena o el alcohol se lo acabarían llevando tarde o temprano.
Pero un milagro terminó por ocurrir. Y nunca llegó a saber cuándo ocurrió, ni cómo, ni por qué. Pero la recuperación de su padre fue algo por lo que aún agradecía a Amenokami.
»No soy el hombre más empático del mundo, pero creo, Daruu-kun, que tiene un miedo terrible a que termines de la misma manera y la abandones, como padre nos abandonó.
—Dar... —comenzó a pronunciar Kōri, pero antes de que pudiera terminar siquiera unos pasos retumbaron en las escaleras del interior de la pastelería que daba a la vivienda de los Amedama y la puerta se abrió de golpe.
—¡ME CAGO EN DIOS, DARUU! ¡Te he dicho que cierres con cuidado joder, que la puerta es de cristal —bramó la madre del muchacho.
—Lo siento, mamá. Pero no he sido yo, sino Ayame.
—¿Ayame? ¿Pero qué le has hecho ahora?
—¡Encima!
El Hielo inclinó la espalda en una reverencia, aún consciente de que la pobre Kiroe no podía verle.
—Lo siento, Kiroe-san. No se lo tenga en cuenta, yo me haré cargo de cualquier desperfecto ocasionado —habló, solemne, antes de reincorporarse y volverse hacia Daruu. Se mostraba dubitativo, más incluso que antes de que la mujer entrara en escena, pero sentía que si no resolvía aquello, la confianza entre los dos genin terminaría por degradarse hasta un punto de no retorno. Y aquello no sólo fragmentaría su trabajo en equipo—. Daruu-kun, sabes bien que Ayame no tolera de ninguna manera las drogas. Su sola mención la irrita pero eso es... porque las teme. —El Jōnin miró de reojo a Kiroe con los ojos entrecerrados. Se le hacía difícil hablar de ello a otras personas, aunque él sabía bien que la mujer había vivido aquella época casi tan de cerca como él mismo. Por eso volvió a suspirar y, tras unos breves segundos, continuó hablando. Y cuando lo hizo la mirada de sus ojos pareció derretirse un tanto—. Cuando madre murió durante el nacimiento de Ayame, padre no supo... superar aquella pérdida. Se refugió en la bebida, y ese monstruo lo atrapó durante varios años. Durante ese tiempo se olvidó por completo de nosotros, así que me vi obligado a criar a Ayame. Aunque era muy pequeña, guarda recuerdos de aquella época y al sentirse abandonada por su propio padre le declaró la guerra a cualquier tipo de droga. Piensa que son terriblemente peligrosas, y no aprueba para nada que otros las consuman. Y eso que ni siquiera fue consciente de la peor época, cuando todo empezó.
Nunca podría olvidarlo. El recuerdo de aquellos tiempos, con su padre tirado de cualquier manera en el comedor sumido en la penumbra sin más luz que la de los rayos que iluminaban periódicamente su su cuerpo deshecho. Las botellas en el suelo. Una copa rota. Su rostro sin afeitar. Sus cabellos despeinados. Las ojeras que cubrían siempre sus ojos, y aquella mirada nublada por la niebla de la ebriedad. Nunca podría quitarse de la cabeza el olor permanente a alcohol que exudaba. Sus murmullos ininteligibles. Más de una vez Kōri llegó a pensar que su padre no sobreviviría. Que la pena o el alcohol se lo acabarían llevando tarde o temprano.
Pero un milagro terminó por ocurrir. Y nunca llegó a saber cuándo ocurrió, ni cómo, ni por qué. Pero la recuperación de su padre fue algo por lo que aún agradecía a Amenokami.
»No soy el hombre más empático del mundo, pero creo, Daruu-kun, que tiene un miedo terrible a que termines de la misma manera y la abandones, como padre nos abandonó.