11/10/2018, 02:32
El viento le azotaba muy fuerte allá arriba. Sus pies apuntaban hacia un oscuro vacío, con pequeños destellos de neón y turquesas alumbrando a lo largo y ancho de su amplio esplendor. Se encontraba en lo más alto de un rascacielos, que a pesar de no ser el más alto de todos, tenía una posición bastante privilegiada cuando se quería presenciar la majestuosidad de la Aldea de la Lluvia a través de los ojos de un Dios. La luna, tan esplendorosa como siempre, así lo atestiguaba.
Siempre iba allí para contemplar su hogar en paz. Llevaba una vida ajetreada, su personalidad también lo era y en ocasiones resultaba bastante agobiante tener que ser él. Arriba, sin embargo, nada importaba. Fue el primer lugar que visitó cuando llegó a Amegakure, hará ocho años atrás. Y sería el último que visitaría antes de recitar su tan ansiado hasta luego. Encapuchado con la nostalgia, el gyojin alzó pronto vuelo y abandonó el nido. Sumergiéndose finalmente al corazón de la gran urbe por una última vez en quién sabe qué cuánto tiempo. Encima llevaba su mochila, repleta de recuerdos. Y las armas que le ayudarían a despedazarlos todos para que no interfirieran en su nuevo y único objetivo.
Extinguir a Dragón Rojo.
Siempre iba allí para contemplar su hogar en paz. Llevaba una vida ajetreada, su personalidad también lo era y en ocasiones resultaba bastante agobiante tener que ser él. Arriba, sin embargo, nada importaba. Fue el primer lugar que visitó cuando llegó a Amegakure, hará ocho años atrás. Y sería el último que visitaría antes de recitar su tan ansiado hasta luego. Encapuchado con la nostalgia, el gyojin alzó pronto vuelo y abandonó el nido. Sumergiéndose finalmente al corazón de la gran urbe por una última vez en quién sabe qué cuánto tiempo. Encima llevaba su mochila, repleta de recuerdos. Y las armas que le ayudarían a despedazarlos todos para que no interfirieran en su nuevo y único objetivo.
Extinguir a Dragón Rojo.