11/10/2018, 15:52
—Pero... ¡pero eso es injusto! —protestó Daruu, con los puños cerrados y la mandíbula apretada, y Kōri le dirigió una larga mirada—. Sigue siendo injusto... la entiendo, pero... pero yo no tengo la culpa. Ni siquiera me gusta el alcohol. Simplemente me gusta el sabor de la hidromiel pluvial, y nunca bebo demasiada. —Se dejó caer sobre la silla más cercana y suspiró—. Y ahora se ha ido. Otra vez. Kirishima-san podría estar en peligro de muerte ahora mismo. Y ella se ha marchado.
Kōri hizo el amago de intervenir, pero entonces el chico se levantó alarmado al darse cuenta del significado de sus palabras.
—¡Mierda! ¿Qué hacemos aún aquí? ¡Kirishima-san!
Echó a correr hacia la salida, y El Hielo, con un quedo asentimiento, fue tras él. Kōri esperaba encontrar a Ayame fuera, tal y como había ocurrido en el incidente en la hamburguesería. Sin embargo, en aquella no había ninguna figura esperándoles bajo el amparo de la lluvia. El Jōnin chasqueó la lengua y, con un único movimiento de sus manos creó un clon de sombras que se precipitó hacia el portal a toda velocidad. Que Ayame se hubiera refugiado en casa era una de las muchas posibilidades, pero, desgraciadamente, no la única.
—Vamos a Los Kunais Cruzados, no podemos perder el tiempo —le indicó a su alumno, con mirada grave y mientras se dirigían hacia allí entre largas zancadas, Kōri volvió a dirigirse a su pupilo. Y en aquella ocasión había entrecerrado los ojos ligeramente—. Ayame actúa de forma exagerada, Daruu-kun. Pero deberías pensar fríamente y controlar tu lengua. Dirigirte de esa manera hacia ella sólo servirá para hacerla daño. Intenta comprenderla un poco, por favor.
De repente el Jōnin frunció el ceño y volvió la mirada adelante.
—Ayame no está en casa —comunicó.
Ayame se enjugó las lágrimas y se detuvo en seco frente a la puerta. Introdujo la mano en el portaobjetos, sacó la pequeña medalla que había encontrado en la joyería y la alzó para compararla con el logo tallado sobre el cartel que se encontraba encima de la puerta. Era tal y como se lo habían descrito. La muchacha frunció el ceño ligeramente y avanzó para abrir la puerta de Los Kunais Cruzados.
Kōri hizo el amago de intervenir, pero entonces el chico se levantó alarmado al darse cuenta del significado de sus palabras.
—¡Mierda! ¿Qué hacemos aún aquí? ¡Kirishima-san!
Echó a correr hacia la salida, y El Hielo, con un quedo asentimiento, fue tras él. Kōri esperaba encontrar a Ayame fuera, tal y como había ocurrido en el incidente en la hamburguesería. Sin embargo, en aquella no había ninguna figura esperándoles bajo el amparo de la lluvia. El Jōnin chasqueó la lengua y, con un único movimiento de sus manos creó un clon de sombras que se precipitó hacia el portal a toda velocidad. Que Ayame se hubiera refugiado en casa era una de las muchas posibilidades, pero, desgraciadamente, no la única.
—Vamos a Los Kunais Cruzados, no podemos perder el tiempo —le indicó a su alumno, con mirada grave y mientras se dirigían hacia allí entre largas zancadas, Kōri volvió a dirigirse a su pupilo. Y en aquella ocasión había entrecerrado los ojos ligeramente—. Ayame actúa de forma exagerada, Daruu-kun. Pero deberías pensar fríamente y controlar tu lengua. Dirigirte de esa manera hacia ella sólo servirá para hacerla daño. Intenta comprenderla un poco, por favor.
De repente el Jōnin frunció el ceño y volvió la mirada adelante.
—Ayame no está en casa —comunicó.
. . .
Ayame se enjugó las lágrimas y se detuvo en seco frente a la puerta. Introdujo la mano en el portaobjetos, sacó la pequeña medalla que había encontrado en la joyería y la alzó para compararla con el logo tallado sobre el cartel que se encontraba encima de la puerta. Era tal y como se lo habían descrito. La muchacha frunció el ceño ligeramente y avanzó para abrir la puerta de Los Kunais Cruzados.