12/10/2018, 01:22
Los guardias de la entrada asintieron en un silencio sepulcral cuando vieron pasar a Kaido encapuchado. No pidieron pergamino de misión —pues estaban avisados, y sabían que para aquel tipo de misiones los pergaminos eran, más que un deber, una maldita amenaza—, ni hicieron comentario alguno más que un buena suerte mientras desaparecía en la oscuridad de la noche.
La luna estaba enorme, como más cerca de lo normal, y tan llena como el vientre de una embarazada. No eran pocas las personas que relacionaban la luna con la mujer. Hageshi era una de ellas.
La kunoichi avanzaba por el suelo encharcado sin hacer ruido, por imposible que pudiese parecer. Seguía un rastro evidente, y no tardó en dar con el dueño de las pisadas. Se acercó a Kaido por la espalda como un depredador sobre su presa. Tan cerca que ya podía olerle. Tan pegada que ya podía tocarle. Y, entonces…
—Eh —le tocó un hombro—. Esto es para ti.
Extendió la mano y le ofreció un pequeño frasquito de cristal con un líquido rojizo en su interior.
La luna estaba enorme, como más cerca de lo normal, y tan llena como el vientre de una embarazada. No eran pocas las personas que relacionaban la luna con la mujer. Hageshi era una de ellas.
La kunoichi avanzaba por el suelo encharcado sin hacer ruido, por imposible que pudiese parecer. Seguía un rastro evidente, y no tardó en dar con el dueño de las pisadas. Se acercó a Kaido por la espalda como un depredador sobre su presa. Tan cerca que ya podía olerle. Tan pegada que ya podía tocarle. Y, entonces…
—Eh —le tocó un hombro—. Esto es para ti.
Extendió la mano y le ofreció un pequeño frasquito de cristal con un líquido rojizo en su interior.