12/10/2018, 01:39
Cuando creyó haber dejado atrás el puente que hacía de conexión entre los caminos principales a las llanuras con su antiguo hogar, la sorpresa le invadió cuando algo le tocó el hombro. Sus oídos estaban alertas, así también su olfato, y sin embargo; nada. No lo vio venir. Podrían haberlo matado ahí mismo y ni él se hubiera dado cuenta.
Hageshi había avanzado hasta él tan silente como el alma en pena de un espíritu. Y le tendió, poco después, un frasco con un líquido rojo.
Los ojos de Umikiba Kaido se alternaron entre el envase, y la mirada impía de la jounin. ¿Qué significaba aquello? ¿era ese acaso su regalo de despedida?
Kaido no era estúpido. Ese frasco podía ser dos cosas.
Una, un veneno. Aquel que iba a ingerir en el momento exacto donde estuviera acorralado, sin salida. Donde estar vivo significaba comprometer una misión que se venía cuajando desde hacía un par de años atrás.
O dos, sangre. La de algún Cabeza de Dragón. Una que él, por suerte, podía olisquear.
—¿Tan poca fe me tienes? —comentó, probando suerte;—. ¿A quién me lleva?
Hageshi había avanzado hasta él tan silente como el alma en pena de un espíritu. Y le tendió, poco después, un frasco con un líquido rojo.
Los ojos de Umikiba Kaido se alternaron entre el envase, y la mirada impía de la jounin. ¿Qué significaba aquello? ¿era ese acaso su regalo de despedida?
Kaido no era estúpido. Ese frasco podía ser dos cosas.
Una, un veneno. Aquel que iba a ingerir en el momento exacto donde estuviera acorralado, sin salida. Donde estar vivo significaba comprometer una misión que se venía cuajando desde hacía un par de años atrás.
O dos, sangre. La de algún Cabeza de Dragón. Una que él, por suerte, podía olisquear.
—¿Tan poca fe me tienes? —comentó, probando suerte;—. ¿A quién me lleva?