13/10/2018, 18:01
Kaido siempre creyó tener buen ojo para las direcciones. En sus misiones, solía ser el que tomaba la batuta a la hora de elegir las rutas de tránsito, dependiendo del encargo. También, es que un propio amejin tenía la obligación impírica de saber y poder moverse por Arashi no Kuni casi que con los ojos cerrados. Ahora, en una tierra lejana que estaba inundada pero de vegetación y no agua, la cosa se planteaba ser muy distinta.
Había gastado su gramo de suerte al poder penetrar la frontera sin toparse con ninguna guardia, y no le iba a quedar la suficiente como para encontrar un lugar de estadía, a pleno anochecer. Si de día ya podía ser jodidamente difícil atravesar los Parajes del Bambú, ¿cómo no lo iba a ser con los últimos rayos de luz escondiéndose temerosa ante la sutil danza de la luna?
Tras severas horas dando golpes de ahogado, el Tiburón dio, finalmente, con un pueblo.
—¿En dónde cojones estoy? —murmuró, por lo bajo.
Se trataba de una hilera de casas que se abría paso a través de una Ribera. ¿Ribera? oh, sí; algo había oído de Riberas en el País del Bosque.
Kaido no tuvo más remedio que atravesar el corazón de aquel pueblo, a mitad de la noche, como si aquello no fuera lo suficientemente sospechoso. Esperaba que los extranjeros —y por sobre todo, aquellos que no iban identificados—. fueran bien recibidos. Aunque por la reacción de la anciana, y el encierro temeroso de la mayoría de sus habitantes que corrían a clausurar sus ventanas ante el paso de la Bestia azul, temía lo peor.
Pero quedar en ese sitio era ahora su única opción si no quería congelarse ahí afuera. Ahora Kaido era más un pájaro en busca de un nido para resguardarse de los cazadores nocturnos que un propio Tiburón.
Y hablando de nidos. Una posada, con ese nombre.
—Vamos allá.
Había gastado su gramo de suerte al poder penetrar la frontera sin toparse con ninguna guardia, y no le iba a quedar la suficiente como para encontrar un lugar de estadía, a pleno anochecer. Si de día ya podía ser jodidamente difícil atravesar los Parajes del Bambú, ¿cómo no lo iba a ser con los últimos rayos de luz escondiéndose temerosa ante la sutil danza de la luna?
Tras severas horas dando golpes de ahogado, el Tiburón dio, finalmente, con un pueblo.
—¿En dónde cojones estoy? —murmuró, por lo bajo.
Se trataba de una hilera de casas que se abría paso a través de una Ribera. ¿Ribera? oh, sí; algo había oído de Riberas en el País del Bosque.
Kaido no tuvo más remedio que atravesar el corazón de aquel pueblo, a mitad de la noche, como si aquello no fuera lo suficientemente sospechoso. Esperaba que los extranjeros —y por sobre todo, aquellos que no iban identificados—. fueran bien recibidos. Aunque por la reacción de la anciana, y el encierro temeroso de la mayoría de sus habitantes que corrían a clausurar sus ventanas ante el paso de la Bestia azul, temía lo peor.
Pero quedar en ese sitio era ahora su única opción si no quería congelarse ahí afuera. Ahora Kaido era más un pájaro en busca de un nido para resguardarse de los cazadores nocturnos que un propio Tiburón.
Y hablando de nidos. Una posada, con ese nombre.
—Vamos allá.