13/10/2018, 18:10
El Nido del Sur era una taberna como otra cualquiera. No faltaba una buena jarra de cerveza en cada mesa. Ni los gritos y risotadas de los aldeanos, la mayoría sentados alrededor de las mesas. Tampoco una partida a las cartas. Y, por descontado, el típico hombre sentado a la barra con cara de haber bebido unas cuantas copas de más.
Una niña de no más de siete años se había puesto de puntillas frente a la barra para pedir a la tabernera una barrita de chocolate. La tabernera, una mujer de unos cuarenta años, de pelo corto y claro y ojos avellana, le sonrió mientras asentía y buscaba aquel dulce escondido en una caja tras la barra.
Una niña de no más de siete años se había puesto de puntillas frente a la barra para pedir a la tabernera una barrita de chocolate. La tabernera, una mujer de unos cuarenta años, de pelo corto y claro y ojos avellana, le sonrió mientras asentía y buscaba aquel dulce escondido en una caja tras la barra.