13/10/2018, 18:56
—Aquí tienes, querida —dijo, extendiéndole una barrita de chocolate. Sus ojos no tardaron en posarse en el nuevo cliente, que se había sentado en una mesa vacía tras dejar su espada a un lado.
Los ojos avellana de ella se fijaron mucho en aquella espada. Y se fijaron, todavía más, en algo que faltaba. En algo que debería estar ahí, y que, sin embargo, por mucho que buscase por la frente, cuello o brazo de aquel joven, no hallaba.
Algún pueblerino había alzado también la cabeza, curioso por el nuevo invitado. La tabernera, tras lo que pareció un momento de duda, se acercó a él esbozando la mejor de sus sonrisas.
—¿En qué puedo servirte?
—Kaia, Kaia —era la niña, que con voz dulce y aguda tiraba de la manga de la mujer para llamar su atención—. Tengo que pagarte por el chocolate —le recordó.
Los ojos avellana de ella se fijaron mucho en aquella espada. Y se fijaron, todavía más, en algo que faltaba. En algo que debería estar ahí, y que, sin embargo, por mucho que buscase por la frente, cuello o brazo de aquel joven, no hallaba.
Algún pueblerino había alzado también la cabeza, curioso por el nuevo invitado. La tabernera, tras lo que pareció un momento de duda, se acercó a él esbozando la mejor de sus sonrisas.
—¿En qué puedo servirte?
—Kaia, Kaia —era la niña, que con voz dulce y aguda tiraba de la manga de la mujer para llamar su atención—. Tengo que pagarte por el chocolate —le recordó.