13/10/2018, 23:14
Finalmente, los saltos de Daruu se detuvieron al tiempo que en su nariz se produjo la invasión del hedor más nauseabundo que podía existir en su mundo: el del pescado. Fresco, pasado, rancio, cocinado por un chef, daba igual. En aquél caso el olor escapaba de un cutre y hortera local, una marisquería decorada con el gusto del recio ideal de un paleto anclado en tiempos peores. El muchacho desenfundó la mayor mueca de asco que había esgrimido en su vida, al tiempo que rebuscaba en su bolsillo para alcanzar un pequeño aparato electrónico. Se lo llevó a los ojos y lo ató en el sitio. Se trataba de una especie de gafas que se encendieron con un brillo purpúreo, y que ajustó para ampliar su visión tal y como antiguamente lo habría hecho con el Byakugan. No lo hizo mucho, por supuesto, lo justo para poder tener en presencia su atención frente a toda la entrada.
«Lo peor», meditó, «no es encontrar al gato, sino atraparlo.»
«Lo peor», meditó, «no es encontrar al gato, sino atraparlo.»