14/10/2018, 15:31
(Última modificación: 14/10/2018, 15:31 por Aotsuki Ayame.)
Ayame arrugó la nariz en cuanto entró en Los Kunai Cruzados. El pestilente olor del alcohol mezclado con el de la madera inundó sus fosas nasales. Se trataba de un lugar oscuro, más bien oscuro y, sin lugar a dudas, tranquilo. Cerca de la barra, varias mesas de madera se distribuían por el local. Una de ellas estaba siendo limpiada por un hombre fornido y de cabello corto rubio entrecano que enseguida percibió su presencia.
—Vaya, cada vez vienen shinobi más temprano —la saludó, clavando en ella sus ojos grisáceos, antes de volver a la tarea que le ocupaba—. ¿Qué, una guardia nocturna muy dura, chica?
—Algo así... —respondió ella, escueta y algo recelosa. Titubeante, como un pez fuera de su estanque habitual, la muchacha se acercó a la barra con lentitud a la barra y se sentó en uno de los taburetes mientras sus dedos jugueteaban con la medalla entre sus manos.
Y por eso paseó la mirada entre las botellas que inundaban las estanterías. ¿Cómo era eso que pedía Daruu?
—Usted es el dueño de Los Kunai Cruzados, ¿verdad? Quería hacerle una pregunta... pero antes de eso póngame un zumo de naranja cuando pueda, por favor —le pidió, con algo de torpeza.
—¿Controlar mi lengua? ¿Comprenderla un poco? —replicó Daruu, aún enfadado—. Todo eso estaría muy bien, pero habría que decirle a ella que controlase los golpes. —Añadió, frotándose la coronilla, allí donde Ayame le había golpeado. Y entonces reparó en algo—: Si Ayame no está en casa, seguro que está allí. ¿Y si se presenta el asesino? ¡Mierda!
Kōri entrecerró los ojos, asintió y aceleró el paso también. De todas las imprudencias que podría haber cometido... aquella había sido una de las peores. Desde luego la regañina no se iba a quedar sólo con Daruu.
—Vaya, cada vez vienen shinobi más temprano —la saludó, clavando en ella sus ojos grisáceos, antes de volver a la tarea que le ocupaba—. ¿Qué, una guardia nocturna muy dura, chica?
—Algo así... —respondió ella, escueta y algo recelosa. Titubeante, como un pez fuera de su estanque habitual, la muchacha se acercó a la barra con lentitud a la barra y se sentó en uno de los taburetes mientras sus dedos jugueteaban con la medalla entre sus manos.
Y por eso paseó la mirada entre las botellas que inundaban las estanterías. ¿Cómo era eso que pedía Daruu?
—Usted es el dueño de Los Kunai Cruzados, ¿verdad? Quería hacerle una pregunta... pero antes de eso póngame un zumo de naranja cuando pueda, por favor —le pidió, con algo de torpeza.
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—¿Controlar mi lengua? ¿Comprenderla un poco? —replicó Daruu, aún enfadado—. Todo eso estaría muy bien, pero habría que decirle a ella que controlase los golpes. —Añadió, frotándose la coronilla, allí donde Ayame le había golpeado. Y entonces reparó en algo—: Si Ayame no está en casa, seguro que está allí. ¿Y si se presenta el asesino? ¡Mierda!
Kōri entrecerró los ojos, asintió y aceleró el paso también. De todas las imprudencias que podría haber cometido... aquella había sido una de las peores. Desde luego la regañina no se iba a quedar sólo con Daruu.