14/10/2018, 19:04
Kaido habló tratando de tranquilizar a las masas. Aunque, hacerlo con una boca como la suya, que parecía un cepo para osos abriendo y cerrándose a cada palabra que soltaba, no era una tarea muy sencilla. El único que no parecía asustado era....
—Y puesh déanle a eshte buen hombre un caldo y una cama shobre la que dormir, ¡pardiez! —exclamó el borracho, que, aparte de que le costaba vocalizar por el alcohol, tenía un acento extraño. Como melodioso—. ¡Y pues ni que fueshe un jodido ribereño del Norte! ¡¿A qué vienen eshash carash?!
Carraspeos incómodos. Miradas apartándose. La tabernera tuvo que aguantar el tipo.
—Son… diez ryos por el caldo, y veinte por la habitación —habló ella, intercambiando la mirada entre su inesperado invitado y la espada.
La niña corría a todo lo que le daban sus diminutas piernas tratando de escapar de aquel monstruo. Iba directa hacia la seguridad de su casa, y no pensaba salir de la cama de sus padres hasta que se hiciese día y le asegurasen que el monstruo ya se había ido.
O lo hubiese hecho, de no encontrarse con dos figuras por el camino. Se quedó quieta, temblando de terror, dejando que sus miedos alimentasen su imaginación. No fue hasta que distinguió la placa de Kusagakure en ellos que se permitió respirar.
Eran sus ninjas. Los héroes del Bosque habían llegado para salvarla.
—¡U-un monstruo! —gritó, señalando con un dedo tembloroso la entrada de la posada—. ¡Malo! ¡Muy muy malo! ¡Quiere comernos a todos! ¡Por favor…! —chillaba con lágrimas anegando sus ojos—. ¡Haced algo!
—Y puesh déanle a eshte buen hombre un caldo y una cama shobre la que dormir, ¡pardiez! —exclamó el borracho, que, aparte de que le costaba vocalizar por el alcohol, tenía un acento extraño. Como melodioso—. ¡Y pues ni que fueshe un jodido ribereño del Norte! ¡¿A qué vienen eshash carash?!
Carraspeos incómodos. Miradas apartándose. La tabernera tuvo que aguantar el tipo.
—Son… diez ryos por el caldo, y veinte por la habitación —habló ella, intercambiando la mirada entre su inesperado invitado y la espada.
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La niña corría a todo lo que le daban sus diminutas piernas tratando de escapar de aquel monstruo. Iba directa hacia la seguridad de su casa, y no pensaba salir de la cama de sus padres hasta que se hiciese día y le asegurasen que el monstruo ya se había ido.
O lo hubiese hecho, de no encontrarse con dos figuras por el camino. Se quedó quieta, temblando de terror, dejando que sus miedos alimentasen su imaginación. No fue hasta que distinguió la placa de Kusagakure en ellos que se permitió respirar.
Eran sus ninjas. Los héroes del Bosque habían llegado para salvarla.
—¡U-un monstruo! —gritó, señalando con un dedo tembloroso la entrada de la posada—. ¡Malo! ¡Muy muy malo! ¡Quiere comernos a todos! ¡Por favor…! —chillaba con lágrimas anegando sus ojos—. ¡Haced algo!