15/10/2018, 00:12
—¡G-gracias! —alcanzó a exclamar a su salvador, mientras contemplaba marchar al héroe del Bosque a enfrentarse al monstruo. Se quedó con las manos entrelazadas contra el pecho por unos largos segundos, hasta que el otro chico, que se había quedado rezagado, le preguntó algo—. Es… Es… Mu mu grande. Y azul. Y c-con dientes de monstruo —decía con voz aguda—. Y… ¡y con voz de mala persona!
Sin aguantarlo más, escapó corriendo. Puede que aquellos fuesen los héroes del Bosque, pero su madre siempre decía que los héroes solo existían en los cuentos. Especialmente cuando se tomaba dos copitas de su bebida especial.
En la taberna, mientras tanto, el borracho aceptaba con una sonrisa la invitación del extranjero. Alguien que invitaba a una copa no podía ser mala gente.
—¡Pardiez! ¡Me avergüenzo de voshotros! —rugió, tratando de enfocar la mirada en alguno de sus paisanos. No lo consiguió del todo—. Sholo porque tenga unos dientesh de piraña… Cara de criminal… Y una eshpada giganteshca… —le observó con detenimiento por si se dejaba algo—. Y shin bandana… —caía en la cuenta—. No quiere decir que shea… —tragó saliva. Aún a pesar del alcohol, empezaba a darse cuenta del marrón en el que se estaba metiendo. ¿Y si sus congéneres hacían bien en temer? ¿Y si se trataba de un bandido? ¿De un delincuente?
Entonces se abrió la puerta, y el último rayo de sol entró en la taberna.
Era la esperanza representada en un joven Gennin de Kusagakure.
Era Tsukiyama Daigo.
Era su salvador.
Sin aguantarlo más, escapó corriendo. Puede que aquellos fuesen los héroes del Bosque, pero su madre siempre decía que los héroes solo existían en los cuentos. Especialmente cuando se tomaba dos copitas de su bebida especial.
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En la taberna, mientras tanto, el borracho aceptaba con una sonrisa la invitación del extranjero. Alguien que invitaba a una copa no podía ser mala gente.
—¡Pardiez! ¡Me avergüenzo de voshotros! —rugió, tratando de enfocar la mirada en alguno de sus paisanos. No lo consiguió del todo—. Sholo porque tenga unos dientesh de piraña… Cara de criminal… Y una eshpada giganteshca… —le observó con detenimiento por si se dejaba algo—. Y shin bandana… —caía en la cuenta—. No quiere decir que shea… —tragó saliva. Aún a pesar del alcohol, empezaba a darse cuenta del marrón en el que se estaba metiendo. ¿Y si sus congéneres hacían bien en temer? ¿Y si se trataba de un bandido? ¿De un delincuente?
Entonces se abrió la puerta, y el último rayo de sol entró en la taberna.
Era la esperanza representada en un joven Gennin de Kusagakure.
Era Tsukiyama Daigo.
Era su salvador.