15/10/2018, 12:58
Kiroe volvió a reír, repleta de felicidad, y antes de que pudiera reaccionar Ayame se vio de nuevo atrapada entre sus brazos y siendo zarandeada como un mero pelele. Para cuando la soltó, ante la mirada incrédula de muchos de los clientes, la ruborizada Ayame se tambaleó peligrosamente antes de recuperar el equilibrio.
—¡Ayyyyy, qué cosas tieneeees! —exclamó la pastelera—. Aunque no te culpo. He oído las cosas horribles por las que ese tonto te hizo pasar. No, Ayame. No es un Genjutsu, tu propio padre te puede explicar los detalles, ¡yo ya he pasado página y ahora sólo puedo decirte que he-vuelto!
Y al compás de sus últimas palabras, Kiroe colocó una mano por debajo de su barbilla y otra sobre su cabeza. Ayame sintió el característico latigazo de una goma elástica alrededor de su cabeza y algo que se acomodaba sobre su coronilla. La muchacha lo palpó con una mano, aún confundida, y no pudo sino sorprenderse al notar una forma cónica con tacto de cartón, similar a los gorritos de colorines con la palabra "Reapertura" escrita en ellos que todos los demás comensales llevaban.
Y Ayame sintió unas extrañas ganas de llorar mezcladas con una inmensa felicidad instalándose en su pecho.
—Si fuera un Genjutsu, aparentaría ser un poco más feliz. No, mira, allí está, al fondo —intervino Daruu, que señalaba hacia uno de los rincones más apartados de la pastelería.
Allí, la inconfundible figura de Aotsuki Kōri devoraba bollitos de vainilla como si le fuera la vida en ello. Parecía completamente ajeno al oscuro aura que parecía emanar su acompañante, de brazos cruzados, el ceño sumamente fruncido y más malhumorado de lo que le había visto en un tiempo. Todo en Aotsuki Zetsuo contrastaba con el ambiente alegre y festivo de su alrededor, y es que el hombre no parecía nada cómodo vistiendo un gorrito que él debía de considerar casi humillante.
Ayame no pudo evitar reírse entre dientes.
—Comienzo a replantearme si debería acercarme a esa mesa... —le dijo a Daruu por lo bajini.
Pero lo hizo de todos modos. Y para cuando llegaron hasta ellos, Zetsuo alzó sus chispeantes ojos aguamarina hacia los dos muchachos.
—¡Ya era hora, joder! ¡¿Qué cojones estábais haciendo?! —bramó.
Y Ayame se arrepintió instantáneamente de haberse acercado.
—Lo siento, la culpa es mía. —Esbozó una sonrisa nerviosa, mientras tomaba asiento.
—¡Ayyyyy, qué cosas tieneeees! —exclamó la pastelera—. Aunque no te culpo. He oído las cosas horribles por las que ese tonto te hizo pasar. No, Ayame. No es un Genjutsu, tu propio padre te puede explicar los detalles, ¡yo ya he pasado página y ahora sólo puedo decirte que he-vuelto!
Y al compás de sus últimas palabras, Kiroe colocó una mano por debajo de su barbilla y otra sobre su cabeza. Ayame sintió el característico latigazo de una goma elástica alrededor de su cabeza y algo que se acomodaba sobre su coronilla. La muchacha lo palpó con una mano, aún confundida, y no pudo sino sorprenderse al notar una forma cónica con tacto de cartón, similar a los gorritos de colorines con la palabra "Reapertura" escrita en ellos que todos los demás comensales llevaban.
Y Ayame sintió unas extrañas ganas de llorar mezcladas con una inmensa felicidad instalándose en su pecho.
—Si fuera un Genjutsu, aparentaría ser un poco más feliz. No, mira, allí está, al fondo —intervino Daruu, que señalaba hacia uno de los rincones más apartados de la pastelería.
Allí, la inconfundible figura de Aotsuki Kōri devoraba bollitos de vainilla como si le fuera la vida en ello. Parecía completamente ajeno al oscuro aura que parecía emanar su acompañante, de brazos cruzados, el ceño sumamente fruncido y más malhumorado de lo que le había visto en un tiempo. Todo en Aotsuki Zetsuo contrastaba con el ambiente alegre y festivo de su alrededor, y es que el hombre no parecía nada cómodo vistiendo un gorrito que él debía de considerar casi humillante.
Ayame no pudo evitar reírse entre dientes.
—Comienzo a replantearme si debería acercarme a esa mesa... —le dijo a Daruu por lo bajini.
Pero lo hizo de todos modos. Y para cuando llegaron hasta ellos, Zetsuo alzó sus chispeantes ojos aguamarina hacia los dos muchachos.
—¡Ya era hora, joder! ¡¿Qué cojones estábais haciendo?! —bramó.
Y Ayame se arrepintió instantáneamente de haberse acercado.
—Lo siento, la culpa es mía. —Esbozó una sonrisa nerviosa, mientras tomaba asiento.