16/10/2018, 00:13
«Qué suerte la mía»
Error suyo, ese de haber juzgado demasiado rápido la situación. No, los Dioses no estaban de su lado ese día ni pretendían estarlo en el futuro más próximo. En realidad, no estaban del lado de ninguno. Parece que sólo estaban tratando de divertirse en su pequeño tablero de shogi, moviendo piezas aquí y allá para poner las cosas más cojonudas a todos.
Y por qué no, también a Kaido. Sobre todo a él.
Y eso se reflejaba con la llegada —indeseada—. de Sasagani Yota. El único Kusajin, de los pocos que conocía al que no tenía en gran estima. Con Daigo tenía simpatía, era alguien a quien podía manipular fácilmente sin tener que esforzarse demasiado. Ese tal Yota, sin embargo, era un cabrón bastante tozudo. Y no le caía nada bien al escualo, que ya era decir mucho.
La cara del amejin fue todo un poema. Pasó de la más pura alegría, reflejada en una sonrisa mordaz, a una disconformidad perenne.
—¿País enemigo? ¿de qué cojones estás hablando? —respondió, directo. Mucho podía tratar de mantenerse en su papel, pero si no le recibía al indeseado tal y como lo habría hecho en otra circunstancia, nadie le iba a creer—. te lo dije aquella vez, en Uzu, Yota; sería bueno que te dejaras de montar esas películas.
Entonces, se le quedó mirando. Fijo. Ahora sí, con cara de pocos amigos. Al menos hasta que se dignó a responder a la pregunta del kusajin.
»Estoy de paso, simplemente. Mañana mismo continúo mi viaje, así que no te preocupes. Tu patio puede quedarse tranquilo.
1 AO mantenida
Error suyo, ese de haber juzgado demasiado rápido la situación. No, los Dioses no estaban de su lado ese día ni pretendían estarlo en el futuro más próximo. En realidad, no estaban del lado de ninguno. Parece que sólo estaban tratando de divertirse en su pequeño tablero de shogi, moviendo piezas aquí y allá para poner las cosas más cojonudas a todos.
Y por qué no, también a Kaido. Sobre todo a él.
Y eso se reflejaba con la llegada —indeseada—. de Sasagani Yota. El único Kusajin, de los pocos que conocía al que no tenía en gran estima. Con Daigo tenía simpatía, era alguien a quien podía manipular fácilmente sin tener que esforzarse demasiado. Ese tal Yota, sin embargo, era un cabrón bastante tozudo. Y no le caía nada bien al escualo, que ya era decir mucho.
La cara del amejin fue todo un poema. Pasó de la más pura alegría, reflejada en una sonrisa mordaz, a una disconformidad perenne.
—¿País enemigo? ¿de qué cojones estás hablando? —respondió, directo. Mucho podía tratar de mantenerse en su papel, pero si no le recibía al indeseado tal y como lo habría hecho en otra circunstancia, nadie le iba a creer—. te lo dije aquella vez, en Uzu, Yota; sería bueno que te dejaras de montar esas películas.
Entonces, se le quedó mirando. Fijo. Ahora sí, con cara de pocos amigos. Al menos hasta que se dignó a responder a la pregunta del kusajin.
»Estoy de paso, simplemente. Mañana mismo continúo mi viaje, así que no te preocupes. Tu patio puede quedarse tranquilo.
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