16/10/2018, 00:59
(Última modificación: 16/10/2018, 01:06 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
El dependiente tardó menos de lo que esperaba en atender a su pedido. Y, desde luego, la atendió de una forma mucho más amable de lo que habría esperado. Ayame suponía que la mayoría de los clientes que acudían allí pedirían alguna y horrible bebida alcohólica, por lo que no le habría extrañado si hubiera cuestionado su pedido. Pero no lo hizo, ni siquiera alzó una ceja, ni siquiera hubo un destello de decepción en sus ojos. Nada. Tomó la botella de una nevera, la agitó y la sirvió sobre un baso recién secado sin un solo comentario al respecto.
Más bien al contrario:
—El zumo es casero. Lo tengo embotellado para no estar exprimiéndolo y para que esté fresquito —se excusó—. Me llamo Kirishima, por cierto. Puedes tutearme, tranquila. A este sitio siempre vienen muchos shinobi y kunoichi como tú. Conviene hacerse amigo de todos, ¿eh? —le guiñó el ojo.
Simple y llana amabilidad. Pero Ayame torció el gesto y apartó la mirada.
«Sí, seguramente muchos de ellos menores de edad. Y tú les sirves esos brebajes contaminados.» Le habría gustado replicar, incapaz de admitir que la amabilidad de Kirishima la había desarmado.
De todas maneras, no estaba allí para discutir.
—Y bien, ¿qué quieres preguntarme?
Ayame se llevó el vaso a los labios y le pegó un pequeño sorbo al zumo de naranja. Estaba ácido. Le habría gustado con un poco de azúcar, pero no lo pidió. En su lugar, volvió a dejar el vaso sobre la barra y, después de dudar durante unos instantes y asegurarse (otra vez) de que no había nadie alrededor, alzó la mano y deslizó la yema de los dedos sobre su superficie hacia él. Cuando descubrió la mano, dejó a la vista la reluciente medalla dorada.
—Me he encontrado esto. ¿Te dice algo, Kirishima-san?
Más bien al contrario:
—El zumo es casero. Lo tengo embotellado para no estar exprimiéndolo y para que esté fresquito —se excusó—. Me llamo Kirishima, por cierto. Puedes tutearme, tranquila. A este sitio siempre vienen muchos shinobi y kunoichi como tú. Conviene hacerse amigo de todos, ¿eh? —le guiñó el ojo.
Simple y llana amabilidad. Pero Ayame torció el gesto y apartó la mirada.
«Sí, seguramente muchos de ellos menores de edad. Y tú les sirves esos brebajes contaminados.» Le habría gustado replicar, incapaz de admitir que la amabilidad de Kirishima la había desarmado.
De todas maneras, no estaba allí para discutir.
—Y bien, ¿qué quieres preguntarme?
Ayame se llevó el vaso a los labios y le pegó un pequeño sorbo al zumo de naranja. Estaba ácido. Le habría gustado con un poco de azúcar, pero no lo pidió. En su lugar, volvió a dejar el vaso sobre la barra y, después de dudar durante unos instantes y asegurarse (otra vez) de que no había nadie alrededor, alzó la mano y deslizó la yema de los dedos sobre su superficie hacia él. Cuando descubrió la mano, dejó a la vista la reluciente medalla dorada.
—Me he encontrado esto. ¿Te dice algo, Kirishima-san?