16/10/2018, 11:47
—Pues despertando a tu hija, qué voy a estar haciendo. Anda, relájate, hombretón, que todo el mundo está sonriendo menos tú. —respondió Daruu, con una despreocupación tal que a Ayame se le pusieron los pelos de punta al percibir el peligro emanando de cada poro de la piel de su padre como hiel.
Pero él no parecía ser consciente de ello. De hecho, dispuesto a hacer más amigos, el chico tomó uno de los bollitos de la mesa y se lo llevó a la boca.
—Me voy a ayudar a mamá. Disfrutad de la fiesta.
Y se marchó. Y Ayame, que se había quedado congelada en el sitio de la impresión, ni siquiera tuvo tiempo de sugerirle ayudar.
—Se ha llevado uno de mis bollitos —susurró Kōri, aunándose al enfado de su padre, con sus ojos escarchados clavándose en la espalda de su pupilo.
—Ese jodido Amedama, se le ha subido a la cabeza lo de ascender a Chūnin —masculló Zetsuo entre dientes—. Cuando le pille le voy a arrancar ese jodido pelopincho.
Ayame tomó asiento cuidadosamente, como quien mete los pies en una piscina llena de pirañas. Durante un instante sus ojos se detuvieron en el plato de bollitos de su hermano, pero El Hielo los protegía con fervor y no iba a ser ella quien metiera la mano en el nido de un búho.
—Pero... sigo sin entender nada. ¿Qué ha pasado con Kiroe-san? ¿Alguien ha donado sus ojos? —preguntó con delicadeza, aunque algo dentro de ella no paraba de repetirle que era demasiada casualidad que alguien hubiese donado unos ojos de su mismo exacto color.
Pero él no parecía ser consciente de ello. De hecho, dispuesto a hacer más amigos, el chico tomó uno de los bollitos de la mesa y se lo llevó a la boca.
—Me voy a ayudar a mamá. Disfrutad de la fiesta.
Y se marchó. Y Ayame, que se había quedado congelada en el sitio de la impresión, ni siquiera tuvo tiempo de sugerirle ayudar.
—Se ha llevado uno de mis bollitos —susurró Kōri, aunándose al enfado de su padre, con sus ojos escarchados clavándose en la espalda de su pupilo.
—Ese jodido Amedama, se le ha subido a la cabeza lo de ascender a Chūnin —masculló Zetsuo entre dientes—. Cuando le pille le voy a arrancar ese jodido pelopincho.
Ayame tomó asiento cuidadosamente, como quien mete los pies en una piscina llena de pirañas. Durante un instante sus ojos se detuvieron en el plato de bollitos de su hermano, pero El Hielo los protegía con fervor y no iba a ser ella quien metiera la mano en el nido de un búho.
—Pero... sigo sin entender nada. ¿Qué ha pasado con Kiroe-san? ¿Alguien ha donado sus ojos? —preguntó con delicadeza, aunque algo dentro de ella no paraba de repetirle que era demasiada casualidad que alguien hubiese donado unos ojos de su mismo exacto color.