16/10/2018, 18:13
Stuffy se acercó hasta Eri y se sentó a su lado, dandole un ladrido que bien podía ser un saludo o un "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?". En cualquier caso, mi táctica había sido impoluta, nadie se había dado cuenta de que estaba ahí, era un fantasma en un mar de espíritus impacientes por salir.
—Buenas tardes. ¿Me pondría un plato de ternera y salsa de soja, por favor? Y un vaso de agua si no es mucha molestia.
Ahí tenía mi confirmación de que todo salía según lo planeado. Eri no tenía ni idea de que estaba ahí. Perfecto. ¿Y ahora qué?
Repasé todas las posibles tácticas mientras daba la vuelta a la carne en la brasa. ¿Qué demonios estaba haciendo con mi vida? Yo no era así. Yo era un hombre, un macho uzunes, si alguien debía tener agallas, ese era yo. Inuzuka Nabi era la puta valentía hecha persona. Estaba claro que no iba a quedarme ahí sentado sin hacer nada, claro que no, ¡tenía que levantarme y darlo todo! Claro que sí.
Me levanté de golpe, me metí toda la carne que pude en la boca y me enfrenté a la bestia imparable. Ande hasta la puerta, me paré frente a esta y la abrí de par en par, saliendo a toda prisa de ahí. Obviamente la cerré al salir y me quedé ahí, al otro lado de la puerta, con todo el viento y la lluvia.
Ay, la hostia. Qué duro había sido, pero ahora todo estaba mucho mejor. Entre el viento y la lluvia no veía media torta, se estaba montando la monumental. Qué bonito día para un amenio.
—Buenas tardes. ¿Me pondría un plato de ternera y salsa de soja, por favor? Y un vaso de agua si no es mucha molestia.
Ahí tenía mi confirmación de que todo salía según lo planeado. Eri no tenía ni idea de que estaba ahí. Perfecto. ¿Y ahora qué?
Repasé todas las posibles tácticas mientras daba la vuelta a la carne en la brasa. ¿Qué demonios estaba haciendo con mi vida? Yo no era así. Yo era un hombre, un macho uzunes, si alguien debía tener agallas, ese era yo. Inuzuka Nabi era la puta valentía hecha persona. Estaba claro que no iba a quedarme ahí sentado sin hacer nada, claro que no, ¡tenía que levantarme y darlo todo! Claro que sí.
Me levanté de golpe, me metí toda la carne que pude en la boca y me enfrenté a la bestia imparable. Ande hasta la puerta, me paré frente a esta y la abrí de par en par, saliendo a toda prisa de ahí. Obviamente la cerré al salir y me quedé ahí, al otro lado de la puerta, con todo el viento y la lluvia.
Ay, la hostia. Qué duro había sido, pero ahora todo estaba mucho mejor. Entre el viento y la lluvia no veía media torta, se estaba montando la monumental. Qué bonito día para un amenio.
—Nabi—