16/10/2018, 20:26
«Ay va mi suerte...»
Eri se llevó una mano a la frente nada más reconocer al perro de el que un día fue su mejor amigo. Lo miró de forma apática, hasta que escuchó la puerta del local abrirse. Abrió los ojos como platos al comprobar que no era otro sino Nabi el que pretendía abandonar el local en medio de la tempestad en la que se sumía su preciada villa.
Con un rápido salto por la mesa y sin deshacer mucho el local, la chica tomó la madera de la puerta con una mano, evitando que fuese cerrada. La otra fue alargada hasta tomar la camiseta de Nabi por el cuello.
—¡¿Se puede saber qué pretendes hacer, descerebrado?! —le espetó, dándole un tirón para que volviese dentro—. ¿¡Es que acaso quieres morir!?
Eri se llevó una mano a la frente nada más reconocer al perro de el que un día fue su mejor amigo. Lo miró de forma apática, hasta que escuchó la puerta del local abrirse. Abrió los ojos como platos al comprobar que no era otro sino Nabi el que pretendía abandonar el local en medio de la tempestad en la que se sumía su preciada villa.
Con un rápido salto por la mesa y sin deshacer mucho el local, la chica tomó la madera de la puerta con una mano, evitando que fuese cerrada. La otra fue alargada hasta tomar la camiseta de Nabi por el cuello.
—¡¿Se puede saber qué pretendes hacer, descerebrado?! —le espetó, dándole un tirón para que volviese dentro—. ¿¡Es que acaso quieres morir!?