17/10/2018, 10:54
(Última modificación: 17/10/2018, 10:54 por Aotsuki Ayame.)
Kirishima seguía secando el vaso con fruición, sin darse cuenta de que ya estaba completamente seco, pero, poco a poco, la velocidad con lo que lo hacía fue disminuyendo paulatinamente. Y cuando Ayame formuló su petición, el vaso terminó por escurrirse entre sus dedos. El tabernero quiso agacharse para recogerlo, pero nada pudo hacer antes de que el vidrio se hiciera añicos contra el suelo. Con un suspiro de resignación, el hombre se dio la vuelta con lentitud, cogió una escoba y un recogedor y comenzó a limpiar el destrozo.
—Entiendo, de modo que Urotsuku-kun finalmente... —habló—. Bien. Te contaré toda la verdad, kunoichi-san. Veo que ha llegado mi hora, de una manera u otra.
Ayame asintió e, impaciente, se inclinó hacia él con toda su atención puesta en Kirishima, que tomó aire para responder...
Como en una de aquellas series malas de televisión, la puerta de la taberna se abrió de golpe y dos figuras entraron como una estampida interrumpiendo bruscamente la revelación de Kirishima.
—¿¡Amedama-san!?
—¡Ayame!
—¿Un zumo?
Pero Ayame ni siquiera se había dado la vuelta para encararlos. Tenía las mandíbulas apretadas, con los labios temblando. Su mano derecha aferraba el vaso de cristal como si quisiera aplastarlo entre sus dedos y, de repente...
Había dejado caer la cabeza contra la barra, chocando la frente contra la superficie de madera. Le dolió, pero no dio muestras de ello. Las ganas que sentía de llorar no eran de dolor, sino de desesperación.
—Estaba a punto de conseguir informacióóóóón... —gimoteó, lastimera.
—Entiendo, de modo que Urotsuku-kun finalmente... —habló—. Bien. Te contaré toda la verdad, kunoichi-san. Veo que ha llegado mi hora, de una manera u otra.
Ayame asintió e, impaciente, se inclinó hacia él con toda su atención puesta en Kirishima, que tomó aire para responder...
¡BAMBA!
Como en una de aquellas series malas de televisión, la puerta de la taberna se abrió de golpe y dos figuras entraron como una estampida interrumpiendo bruscamente la revelación de Kirishima.
—¿¡Amedama-san!?
—¡Ayame!
—¿Un zumo?
Pero Ayame ni siquiera se había dado la vuelta para encararlos. Tenía las mandíbulas apretadas, con los labios temblando. Su mano derecha aferraba el vaso de cristal como si quisiera aplastarlo entre sus dedos y, de repente...
¡BAM!
Había dejado caer la cabeza contra la barra, chocando la frente contra la superficie de madera. Le dolió, pero no dio muestras de ello. Las ganas que sentía de llorar no eran de dolor, sino de desesperación.
—Estaba a punto de conseguir informacióóóóón... —gimoteó, lastimera.