23/10/2018, 23:00
(Última modificación: 23/10/2018, 23:01 por Aotsuki Ayame.)
—Pues mira, por muchas cosas, pero desde luego no porque me hayas robado esto y me lo hayas dejado lleno de un apestoso olor a pescado —protestó Daruu, después de recuperar el visor de la cesta donde Yuki había tenido guardados los pescados. Tal y como afirmaba el Chūnin, ahora desprendía un intenso olor a... mar. Entonces se volvió hacia el felino—. La parte en la que mi sensei me esposaba como prueba era cierta. Pero no me envía él a por ti, sino tu abuelita. Nesobo. —Daruu se acercó con prudencia al animal, apenas a unos metros, pero él no hizo ningún amago por atacarle o resultar hostil. Más bien al contrario, al escuchar el nombre de Nesobo había captado toda su atención—. Me prometió que me ayudaría a quitártelas si te encontraba y te llevaba con ella. Quiere que vayas a casa. Esa es una de las cosas "por las qué". No te fíes de mi si no quieres —añadió, encogiéndose de hombros—. Fíate de ella.
Yuki le miró durante varios largos segundos, con su cola blanca ondeando detrás de su cuerpo. Sus ojos cristalinos parecían estar evaluando cuidadosamente la situación y, tras echar una breve ojeada a la cesta y después al shinobi, soltó las sardinas que aún llevaba entre las fauces en su interior y se volvió hacia él.
—Si no me acabaras de salvar de aquel nyabruto quizás jugaría un poco más contigo —admitió, sin ningún tipo de reparos, y durante un instante pareció sonreír—. ¡Nyan, como echo de menos jugar al pilla-pilla por las calles de Amegakure!
»Está bien. Iré contigo —accedió al fin.
Una nube de humo le envolvió de repente, y tras la cortina volvió a aparecer el mismo niño de cabellos blancos y ojos cristalinos que antes le había embaucado. Tomó la cesta con sus manitas, con los peces que había conseguido rescatar en su interior, y se puso a la par del shinobi.
—Por cierto, no sé por qué te quejas, el olor de las sardinas es nyalicioso —exclamó, relamiéndose—. Y ya no hablemos del atún... nyan...
Yuki le miró durante varios largos segundos, con su cola blanca ondeando detrás de su cuerpo. Sus ojos cristalinos parecían estar evaluando cuidadosamente la situación y, tras echar una breve ojeada a la cesta y después al shinobi, soltó las sardinas que aún llevaba entre las fauces en su interior y se volvió hacia él.
—Si no me acabaras de salvar de aquel nyabruto quizás jugaría un poco más contigo —admitió, sin ningún tipo de reparos, y durante un instante pareció sonreír—. ¡Nyan, como echo de menos jugar al pilla-pilla por las calles de Amegakure!
»Está bien. Iré contigo —accedió al fin.
Una nube de humo le envolvió de repente, y tras la cortina volvió a aparecer el mismo niño de cabellos blancos y ojos cristalinos que antes le había embaucado. Tomó la cesta con sus manitas, con los peces que había conseguido rescatar en su interior, y se puso a la par del shinobi.
—Por cierto, no sé por qué te quejas, el olor de las sardinas es nyalicioso —exclamó, relamiéndose—. Y ya no hablemos del atún... nyan...